miércoles, 13 de abril de 2011

POLÍTICA: "Progresistas: de la risa a la furia", por Gonzalo Rojas. El Mercurio, 13 de abril de 2011.

Felices y furiosos: así están los liberales y progresistas. Felices, porque han pillado en falta a fulano o a perengano, a la menganita o a la zutanita. Furiosos, porque -para sus ahora delicadas epidermis- las faltas cometidas por los acusados son inaceptables.
Se los ve por todos lados en esa doble actitud: después de sonreír maliciosamente -porque ellos lo sabían, yo te lo dije, a mí no me vienen con cuentos- comienzan a enardecerse, suben el tono de la voz, se les acaba la ironía y terminan indignados ante tanta maldad y pecado.
Vaya paradoja. Alegrarse por el mal ajeno, sólo porque el vicio se ha presentado en las vidas de quienes consideraban sus rivales y ahora son la peste negra, les llena el alma de gorgoritos, mas sólo por un breve tiempo, porque esa bilis es tan corrosiva, que después de la burla aparece la furia.
Y entonces el enojo furibundo -a más de alguno se le ha visto gritar prometiendo que acabará con todos los perversos- descubre el verdadero objetivo de la crítica y de la descalificación. Porque el norte de los liberales y de los progresistas no ha sido nunca proteger a los niños (mientras a más temprana edad se inicien los adolescentes en la vida sexual, mejor, nos dicen); ni dotar al clero, a los pastores o a los rabinos de una adecuada formación y control de calidad (mientras menos y más tontos sean, antes se acabará el oscurantismo, afirman); ni, por cierto, reforzar una moral única para todos los miembros de la especie, obligatoria y liberadora a la vez (mientras más autonomía tenga cada uno, menos cadenas arrastrará, sostienen).
Su objetivo, mil veces repetido, es un rotundo "vive como quieras".
Y por eso se enojan los nuevos cátaros, porque creen estar luchando contra los malos, pero tienen que hacerlo en el nombre del bien. Y en el bien, vaya, en el bien como tal, ellos en realidad no creen. Intuyen que están dentro de una maraña, capturados. Eso los pone de muy mal genio.
Sí, porque la misma vara que liberales y progresistas están usando para censurar a quienes la han derribado culpablemente, esa misma vara, queda ahora enaltecida como medida y referente de los actos humanos. Podrás reírte y descalificar al que ya la botó, pero seguro que te gustaría haberte propuesto algún día saltar a esa altura.
Y ahora que criticas, ¿estás dispuesto a imponértela a ti mismo como medida de tus hechos, o esa exigencia sólo corre para tus rivales?
Porque por tus actos se te medirá, sí, a ti también.
Pero el desagrado de los liberales no termina ahí, ya que más encima los rivales del progresismo -conscientes y arrepentidos por las faltas cometidas- se han atrevido a pedir perdón. Da lo mismo, la respuesta será igual de dura, porque, ¿habrase visto desfachatez igual?
Querer convalidar el pecado con la humildad. No hay límites. Y por eso, ante este último recurso que los liberales consideran inaceptable, el progresismo responde con todo. Increíble, incomprensible, inaudito: así se califica al que se atreve a pedir perdón.
Pedir sinceramente perdón es la altura máxima, el récord mundial de la autoexigencia moral. Y eso -lo declaran ellos mismos- está muy lejos de lo que resulta aceptable para un progresista.
Bien lo sabía Bloy: "Los burgueses son demasiado adorables para no convertirse ellos mismos en dioses; a quienes les corresponde pedir es a ellos, sólo a ellos". Es la diferencia entre, por una parte, los que saben que pueden pecar y cuando lo hacen piden perdón y, por otra, los que, pecando, sólo atinan a reírse primero, para enojarse después.
Junto a todos los males padecidos, seguro que esa diferencia será percibida como un gran bien.

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