jueves, 30 de enero de 2014

LITERATURA: "Perlas para ostras", por Cristián Warnken. El Mercurio, 30 de enero de 2014.


Ha muerto José Emilio Pacheco, gran poeta mexicano, que probablemente no conozcas ni hayas leído nunca.

Una vez escuché decir a alguien que los poetas, cuando mueren, se convierten en estrellas. Sus poemas siguen brillando más allá de su desaparición y pueden iluminarnos en la noche. Hay estrellas que brillan y nos emocionan, aunque no sepamos siquiera su nombre. Estoy seguro de que los grandes poemas, o sinfonías, o pinturas, son la gran reserva espiritual del planeta. Tan importantes como las reservas de agua o los bosques.

Porque -como dijo Teillier- "la poesía es un respirar en paz para que los demás respiren". El mundo, con su incesante ajetreo sin sentido, nos puede asfixiar, y entonces la belleza de una obra de arte nos salva, con su oxígeno invisible. Los poemas son lámparas y banderas en la niebla. Como dijera el propio Pacheco en su poema "Las ostras", pasamos por el mundo sin darnos cuenta, sin verlo. Somos ostras cerradas. Como si un velo se interpusiera entre nosotros y el milagro del mundo, un velo que también se puede interponer entre nosotros y nuestro ser más íntimo. Darse cuenta es habitar el presente, lo único real que nos es dado y que nuestra mente agitada (y a veces alienada) se encarga de quitarnos. La mente nos quiere distraer, entretener, expulsar de la presencia del mundo. Pero ahí están los poetas -que sacan la voz desde el corazón y no desde la mente- para devolvernos al verdadero momento, para limpiar nuestros ojos, nuestros sentidos, tan embotados y ciegos. Si no conoces a José Emilio Pacheco, es porque eres una ostra, en un mundo de ostras donde la poesía de la vida ha sido olvidada, un mundo de ostras que "quieren gozar la vida sin enterarse, pasarla bien como las ostras, antes de que las guarden en un sepulcro de hielo". José Emilio Pacheco prefirió ser estrella a ostra y por eso ahora sus poemas brillan en el cielo, adonde levantan su vista los que no quieren ser esclavos de los entretenimientos de las pequeñas pantallas que hoy tienen secuestradas nuestras miradas. Hay que asomarse al mundo de vez en cuando y preguntar por el nombre de un árbol o de un río. Preguntar por las nubes, interesarse por su frágil destino. Pero -como dice Pacheco en su poema- "no sabemos los nombres de las flores/ ignoramos los puntos cardinales (...) por esa misma razón nos reímos del arte/ que no es a fin de cuentas sino atención enfocada". Atención enfocada, sí, porque no es el artista el que anda distraído; somos nosotros, las ostras cerradas al mundo, las que andamos en cualquier parte, menos aquí y ahora.

Tuve la suerte de conocer a José Emilio Pacheco y entrevistarlo dos veces, en 1999 y en 2004. Las dos veces me quitó el libro de sus poesías que le pasé para que me hiciera una dedicatoria, y corrigió unos poemas de su puño y letra. Era un corrector obsesivo, como si en esas correcciones se jugara algo fundamental. Para poetas como Pacheco, todo se juega en una palabra, en un adjetivo, incluso en un punto o coma, inflexiones de la respiración y la escritura. Ese rigor me conmueve, más en estos días, en un mundo "al que le interesan cada vez más los poetas, / la poesía cada vez menos". Porque el "poeta dejó de ser la voz de la tribu/ se ha vuelto nada más otro entertainer / sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,/ sus pleitos con los demás payasos del circo/ tienen asegurado un amplio público/ a quien ya no hace falta leer poemas".

Pacheco no fue un entertainer ni un payaso, no cayó en la trampa del ego en la que tropiezan hoy hasta los más grandes artistas. Se concentró en lo que hay que concentrarse: en corregir sus bellísimos poemas para que fueran tan perfectos como una flor o una estrella. Y ahí están, esperándonos, con la paciencia y la soledad con que nos esperan los poemas, el día que decidamos dejar de ser ostras y salgamos a buscar las perlas que están ahí afuera (y aquí adentro) y que los poemas de los grandes, como Pacheco, protegen de los piratas y de los mercaderes de la feria.

jueves, 17 de enero de 2013

CINE: "Pacto siniestro" de Alfred Hitchcock

Guy encuentra casualmente a Bruno, quien por propia iniciativa y en nombre de un supuesto pacto hará realidad el oculto deseo de matar a su ex mujer. La presencia persecutoria de Bruno representa para Guy el peligro de que sus deseos más secretos aparezcan ante los demás y de que alguna huella suya sea encontrada finalmente en la escena del crimen. Gran film de suspenso (tal vez mejor logrado en su primera parte que en la segunda), donde el terror y lo grotesco se presentan en la simultaneidad de contrarios, tales como el ambiente divertido de un parque de diversiones donde ocurre el asesinato, o la misma imagen de la víctima cuya belleza hace contraste con unos toscos anteojos, y sobre todo con una vulgar y odiosa manera de ser. Muy recomendable.

LECTURA: "Ana María" de José Donoso

Éste es un relato hecho de contrastes. Dos realidades toscas y oscuras a cada extremo, y en el medio de ellas: la luz diáfana de una niñita de tres años. Por un lado, un pobre viejo de buen corazón, unido a una mujer cuya mayor amargura radica en no tener hijos. Por el otro, los padres de la pequeña, en medio del ambiente sórdido y enrarecido de su propia cama. La niña y el viejo se hacen amigos, unidos por sus soledades. El temor al peligro que corre la pequeña, permanentemente expuesta al mundo grande e insondable, y la ternura de una amistad tan desigual y legítima, conmoverán al lector de esta breve historia. Muy recomendable.

CULTURA: Christian Warnken, "La gran fiesta". El Mercurio, 17 de enero de 2013.

Una amiga que acaba de regresar a Chile después de varios años de ausencia me comenta que le sorprende encontrar a un país monotemático y loco por la plata, en el que los hombres hablan sólo de marcas de auto y restaurantes de última moda, todos carísimos, y las mujeres de las tarifas de las diseñadoras de jardín o interiores. A veces aparece en la conversación de estas últimas la referencia a algún gurú que ofrece retiros en sofisticados resorts del espíritu. Eso es lo más profundo y variado que se puede esperar de esas tertulias. "Se ha perdido la sencillez, que hacía tan grato a este país", me comenta. Me cuenta -por ejemplo- que a su hija pequeña y a sus compañeras las invitaron a una fiesta donde las esperaba una limousine con chofer para luego llevarlas a una peluquería en la que las maquillaron para una fiesta de disfraces. En la casa -o palacio- nunca vio a la mamá y sólo se relacionó con empleadas domésticas que las atendían "como reinas". Había un frigobar, televisores y Wii en cada pieza disponibles para las "niñitas". Una verdadera escena de una película de Buñuel... Me pregunta: "¿Qué les pasó a los chilenos?"
Me cuesta responderle, lo único que puedo aconsejarle es que amplíe su círculo de conocidos y no se limite a relacionarse con los nuevos ricos que conforman el nuevo mercado objetivo de una emergente industria del lujo. Que arranque de ese patético mal gusto, de esa frivolidad de capitanía. Porque en eso está una parte de la élite: queriendo ser el virreinato que nunca fuimos, tirando la casa por la ventana. ¿Pero se encontrará con un país distinto si desciende en la escala social? Empiezo a dudarlo. Porque no sólo los nuevos ricos y los ricos que renegaron de la austeridad de sus antepasados han enloquecido con el "becerro de oro": los chilenos de todas las clases sociales hacen fila para comprar, comprar y comprar. Los chilenos van a misa, son aparentemente muy devotos (como pocos en el mundo) y después se pasan el día entero en los malls . En realidad ahí está su nueva devoción y esos son los verdaderos templos de hoy, y la única fe sólida que queda es la fe en el consumo... Algunos, a la hora del bajativo, tal vez resentidos por no poder tener todo lo que tienen los otros, a los que envidian y en el fondo admiran, critican el "modelo" porque está de moda hacerlo, pero en realidad ellos son los que lo alimentan con su deseo compulsivo de consumir. Con sus flamantes tarjetas de crédito brillándoles en las manos, se lanzan detrás de los "sail" (así se les llama ahora a las liquidaciones), copiando a esas hordas de consumidores norteamericanos que levantan carpas en las afueras de las multitiendas para ser los primeros en hacerse de los productos prometidos y vociferados. Devorados por la ansiedad de ser lo que no son, son ellos los que agotan los ansiolíticos en las farmacias. Los más ricos, los que se compran helicópteros de último diseño para sobrevolar la ciudad como jeques de un emirato austral, están un paso más adelante de la mera ansiedad: a ellos los asalta a ciertas horas de la tarde ese letal enemigo interior que es el aburrimiento. Ese que viene aparejado con la angustia existencial. Y ahí no bastan los psicofármacos para calmar esa angustia, que tiene que ver con la falta de sentido. Cuando se tiene todo, ¿cómo llenar el vacío que viene como consecuencia de la saciedad que limita con la náusea? Los economistas, claro, celebran esta fiesta, este aquelarre, esta fiebre del oro. Porque en eso estamos, en verdad, parados arriba del carroussel del alto precio del cobre. Pero cuando la fiesta se acabe, ¿qué quedará? No nos vaya a pasar lo de la hormiga de la fábula, que llegue el invierno y no tengamos nada de valor, de verdadero valor en nuestras reservas.
Le digo a mi amiga que habrá que esperar ese momento para saber cuál es el Chile de verdad, lo que queda cuando los invitados se han ido y de la gran euforia sólo permanezca la chaya desparramada en el piso.

martes, 4 de septiembre de 2012

LITERATURA: "Óscar Hahn se impuso por unanimidad". El Mercurio, 4 de septiembre de 2012.


A 70 años de su creación , el Premio Nacional de Literatura distinguió sin objeciones la sólida obra del poeta, ensayista y profesor de literatura hispanoamericana.  

Cincuenta y un años después de la publicación de su primer libro, "Esta rosa negra", con el que obtuvo el Premio Alerce de Poesía de la Sociedad de Escritores de Chile, Óscar Hahn es finalmente reconocido con el máximo galardón que otorgan las letras chilenas. Entre una y otra fecha, entre un premio y otro, los libros de este poeta nacido en Iquique en 1938 han ido conformando paso a paso y sin estridencias una obra de indudable solidez y proyección internacional.
"El jurado basó su decisión tomando especialmente en consideración su alta calidad poética, su lenguaje depurado, y la belleza, profundidad y universalidad con que trata los grandes temas del ser humano", señaló ayer el ministro de Educación, Harald Beyer. Así fundamentó este fallo unánime, discernido por un jurado de sólo cuatro integrantes, ya que Isabel Allende, ganadora de la versión anterior, se excusó de participar. Por su parte, Maximino Fernández, representante de la Academia Chilena de la Lengua, dijo: "Este premio a Óscar Hahn confirma la existencia de una alta poesía que espero que siga adelante".
Titulado en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en 1963, Óscar Hahn trabajó como profesor en Arica, ciudad en la que conoció a Pablo Neruda y participó en diversas actividades en apoyo de la candidatura de Salvador Allende. En 1971 fue invitado a participar en el prestigioso Taller de Escritores de la Universidad de Iowa. Sin imaginarlo, pocos años después volvería a esa universidad como profesor de literatura hispanoamericana -después de salir al exilio y de doctorarse en la U. de Maryland-, y permanecería en ella durante tres décadas.
Poemarios como "Arte de morir", "Mal de amor", "Imágenes nucleares", "Tratado de sortilegios", "Versos robados", "Apariciones profanas", "En un abrir y cerrar de ojos", al margen de varias antologías de su obra, aparecen durante ese período.
Especialista en literatura fantástica y en poesía hispanoamericana, Hahn ha formado a generaciones de alumnos en Iowa y, como profesor invitado, en distintas universidades del mundo. Su prestigio internacional se ha traducido en premios, y sobre todo, en la publicación y el estudio de su obra. Instalado nuevamente en Chile desde 2008, ha publicado los poemarios "Pena de vida" y "La primera oscuridad", así como varias antologías de su obra.
-¿Cómo recibió esta noticia?
"Mi primera reacción fue de incredulidad, porque el teléfono sonó una vez, pero no contestó nadie. Sonó de nuevo, y tampoco, y la tercera vez ya pude escuchar la voz del señor ministro. Y ahí, como dicen, me creí el cuento".
-¿Qué significa para usted este reconocimiento?
"Para mí, es motivo de orgullo ser el primer poeta que le da el Premio Nacional de Literatura al Norte Grande. Es cierto, he obtenido algunos reconocimientos internacionales, pero nada es más gratificante para un escritor que el ser reconocido en su propio país".
-¿A quién le dedica este premio?
"A mi madre, porque fue, desde que yo era niño, la imagen del lector o de la lectora ideal. Esa imagen de ella, con sus anteojos, leyendo libros, me acompañó toda la vida, y debió ser un fuerte estímulo para mí. Murió a los 94 años y seguía leyendo".
-¿Quién, a su juicio, también debería ganar este premio?
"El problema es que esos poetas que debieron haber sido premiados mucho antes que yo, ya fallecieron. Son, desde luego, Vicente Huidobro, Enrique Lihn, que era muy amigo mío; Jorge Teillier, Stella Díaz Varín. En el futuro creo que se hará justicia con otros colegas".
-¿Cómo definiría su estilo?
"Mi estilo, igual que lo que pienso políticamente, es pluralista. No se enmarca en un modo de escribir, o en un solo estilo, sino que es una suma o congregación de diversos estilos, que pueden ser barrocos, más simples, cultos, coloquiales, eruditos. Es una confluencia de diversas maneras de ver el lenguaje, y a eso yo lo llamo pluralismo poético".
 "Un premio muy justo"
Ignacio Valente (José Miguel Ibáñez)
Crítico literario
"Nunca pensé que a estas alturas de 2012 un jurado pudiera postergar a Óscar Hahn, en favor de quien fuese. Le pertenecía por derecho propio. Chile ha pagado con él una deuda pendiente. Me alegro por la poesía chilena y por la institución del Premio mismo, que ha vuelto a prestigiarse"
Jorge Edwards
Premio Nacional y Premio Cervantes
"Me alegro mucho. Es un premio muy justo. Hahn es un gran poeta, uno muy original en su forma y en su manera. Además, es un hombre de cultura literaria, un muy buen crítico, un profesor de literatura de calidad. Es un tipo de persona muy escasa en Chile, así que me alegro".
Luciano Cruz-Coke
Ministro de Cultura
"Muy merecido este nuevo reconocimiento para Óscar Hahn, a quien el 2011 entregamos el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Su obra, de enorme valor y vigencia, ha logrado trascender las fronteras nacionales e influir en las nuevas generaciones de poetas y creadores".
Poeta mayor
La obra poética de Óscar Hahn merece largamente este reconocimiento. Destaca, entre otras razones, por su "gran estilización de la experiencia personal" (Jorge Edwards), por la exploración metafórica de los territorios limítrofes del inconsciente (Óscar Galindo), por el entrecruce y metamorfosis del código poético tradicional, medieval y renacentista, con el código moderno (W. Nick Hill) o por el intrincamiento de "los signos de la sexualidad y de los signos de la muerte" (Waldo Rojas), cuyo motivo unitario está compendiado en el verso: "Detrás de todo gran amor la nada acecha". Su ductilidad para reunir singularmente diversos estilos, fuentes e influencias es clave en la comprensión de su obra: "Un mismo poema puede integrar en su unidad esas dimensiones varias o se alimenta de ella como de lejanas raíces que, tras muchas hibridaciones, produce un fruto inclasificable pero óptimo: transgénico". (Ignacio Valente).
El otorgamiento del Premio Nacional de Literatura invita, pues, a la relectura de un poeta que en la tradición hispanoamericana ha logrado, gracias a su carácter de artesano inteligente, lúdico y apasionado, una original síntesis entre tradición y modernidad, verso libre y disciplina métrica, riqueza de referencias cultas y populares, e íntima unidad entre lo erótico y lo elegiaco.

jueves, 30 de agosto de 2012

CULTURA: "Decadencia", por Cristián Warnken. El Mercurio, 30 de agosto, 2012.


El país necesita aire nuevo, ideas, líderes, visionarios a quienes admirar. El panorama no puede ser más sorprendente: un país con buenas cifras macroeconómicas, pero sin una política (en el sentido más noble y esencial del término) a la altura de los desafíos. Los economistas más reductivistas, a estas alturas, tendrán que ser humildes y reconocer hidalgamente que no basta con tener buenas cifras para que un país sea viable. Lo mejor de Chile, de su historia, lo que nos da identidad y todavía nos provoca orgullo no nació porque alguien pensó desde una calculadora o un focus group lo que había que hacer. Ningún país se construye sólo desde el pensar calculante ni la pura gestión.

La invención de Chile nace de un espíritu, un impulso genuino, una verdad. Ahí están Andrés Bello, Vicuña Mackenna, Alonso Ovalle, Diego Portales, Lastarria, los hermanos Amunátegui y tantos otros. ¿Qué tienen en común esos fundadores?: el amor que nace del conocimiento de lo propio, y el conocimiento que se sostiene sobre el amor a lo propio. No hay otra fórmula para fundar. Quien crea que para conducir un país sólo basta con consultar los oráculos de las encuestas y mantener a raya la inflación o empinarse sobre ciertos dígitos en crecimiento económico, está profundamente equivocado. Por eso, la peor de las decadencias es la decadencia de las convicciones, de la virtud (y especialmente la virtud republicana), de la coherencia. Y en todos esos dominios sí que podemos hablar de un sostenido y sistemático proceso de decadencia en curso. Ni la convicción ni la virtud ni la coherencia se pueden medir con indicadores matemáticos. Tampoco se pueden adquirir de la noche a la mañana: las convicciones no se improvisan, no se venden ni se compran.

Hace unos días, en un evento al que asistían altas autoridades y empresarios, escuché a alguien decir de pasada: "Es que todos tenemos nuestro precio". ¡Qué frase tan reveladora! La idea de que todos tenemos un precio se ha instalado en nuestro sentido común. Ésa es la música que han venido escuchando desde la cuna las nuevas generaciones en estos años. ¿Cómo quejarnos después de que la desconfianza y la sospecha cundan entre ellos o, lo que es aún peor, el cinismo? Eso sí que a la larga nos va a llevar a la ruina. Y la ruina moral, antesala de la ruina política, puede ser mucho más grave que la ruina económica de un país. Un país puede levantarse de esta última o de una catástrofe natural, si una energía colectiva que nace de visiones y anhelos compartidos despliega lo mejor de cada individuo. Pero de una ruina moral sí que no se "sale" fácil.

Sí, es verdad, las cifras macroeconómicas parecen indicar que Chile está mejor que nunca. Pero el que miles de jóvenes salieran una vez más a las calles, el que sientan que un abismo los separa de la clase dirigente, sumado a la ausencia de liderazgos y la falta de un proyecto consistente y visionario para el Chile de las próximas décadas, no parecen augurar nada bueno en el horizonte.

¿Qué hacer? ¿Sólo basta seguir creciendo? ¿Y hacia adónde? El Muro de Berlín no se cayó sólo por razones económicas o políticas. Se cayó porque la podredumbre interior minó las bases que sostenían sus frágiles ladrillos. Hay que mirar la calidad de las fundaciones sobre las que están parados los países.

Tal vez necesitamos una refundación desde el espíritu y desde las ideas. La primera tarea de los días que vienen es una revolución moral (no moralista) de la política. Gestos y declaraciones que nazcan de una verdad y no de un cálculo. Proyectos y líderes auténticos (no fabricados desde el marketing o desde la inercia de los acontecimientos), que movilicen a nuestros jóvenes con todo su ímpetu y fe detrás de ideas y acciones coherentes con esas ideas. Porque la decadencia comienza cuando ya no hay nadie a quien admirar.


domingo, 19 de agosto de 2012

LECTURA: "El libro aprende a leer", por Juan Villoro. El Mercurio, 19 de agosto, 2012.


Cuando San Agustín vio leer a San Ambrosio fue testigo de una peculiar manera de expresar la devoción: el sorprendente erudito leía en silencio.
Agustín contó la escena en sus Confesiones : "Cuando Ambrosio leía, pasaba la vista sobre las páginas penetrando su alma, en el sentido, sin proferir una palabra ni mover la lengua [...] Yo entiendo que leía de ese modo para conservar la voz [...] En todo caso, el propósito de aquel hombre era bueno".
Durante siglos, la escritura no eliminó la oralidad. Entender la letra significaba pronunciarla. Aunque se tratara de un acto individual, el texto se recitaba; requería de sonido para suceder. San Agustín fue testigo del viraje cultural que se fraguaba en el siglo IV. Después de Gutenberg, los libros impresos facilitarían leer al modo de San Ambrosio.
A partir de entonces la lectura ha representado el vínculo secreto entre dos mentes. De manera significativa, el libro electrónico comienza a alterar esta costumbre. En un artículo publicado en el Wall Street Journal, Alexandra Alter reflexiona sobre las consecuencias de leer descargas en Amazon o Google. Por primera vez, los editores disponen de pistas sobre la forma concreta en que los libros son utilizados. Pueden saber en cuántas horas se lee un texto, cuántas veces se interrumpe, qué otros libros se leen entretanto, qué pasajes se saltan, qué frases llaman la atención y merecen subrayado luminoso.
Los hábitos de los lectores se precisan con tal detalle que se teme una nueva invasión de la privacidad. Al mismo tiempo, esto despierta el interés de los autores. Todos sentimos curiosidad por descubrir el modo en que somos leídos y controlamos con discreción lo que leemos (si un periodista pregunta qué libro tienes en el buró, mencionas La Eneida para no tener que explicar por qué estás leyendo la biografía del Pibe Valderrama).
Gracias a Kindle, es posible detectar no sólo el título de la obra, sino qué pasajes interesan más. Leer una escena erótica ya no es un acto íntimo, sino algo que detecta una máquina, circunstancia típica de una época en que Google Earth supervisa el mundo y convierte al nudismo de azotea en un acto exhibicionista.
No todos los datos que aportan las descargas son novedosos. En los primeros meses de lectura electrónica se ha "descubierto" que los libros de no ficción se leen a saltos y las novelas de principio a fin, que los lectores de ciencia ficción son más veloces y los literarios, más exigentes y proclives a abandonar el libro.
La frase más subrayada pertenece a la novela de moda Los juegos del hambre : "A veces las cosas importantes le suceden a la gente que no está preparada para lidiar con ellas". Bien mirada, la expresión define nuestra extrañeza ante la tecnología.
Una paradoja esencial de los inventos es que recuperan atavismos. La segunda frase más subrayada plantea una situación que muchos juzgarían superada. Se trata del comienzo de Orgullo y prejuicio , de Jane Austen: "Es una verdad universalmente aceptada que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna deba estar en busca de una esposa". La ilusión de mezclar el dinero con el matrimonio no sólo tiene vigencia en las telenovelas.
Los libros electrónicos leen a sus lectores. Aún es difícil detectar reacciones psicológicas o estéticas, pero no sería raro que en el futuro también se midiera el impacto emocional de un personaje o una metáfora. ¿Llegaremos a la satisfacción vicaria de sentir que un libro nos lee mejor que otro?
Por el momento ya hay libros interactivos. En ciertas novelas policiacas es posible descartar culpables para contribuir al desenlace y en novelas románticas se puede escoger al novio de la protagonista.
De acuerdo con Italo Calvino, el libro es la única parte de la casa donde podemos estar a solas. Esto comienza a cambiar. ¿Comprometeremos la sinceridad de nuestras reacciones al saber que dejan huella o admitiremos la lectura como una práctica semipública? El hábito de leer no se modificaba tanto desde el siglo IV.
La asombrosa introspección que San Agustín observó en San Ambrosio perdura en los libros impresos. El e-book pertenece a una comunidad. Dejamos un rastro luminoso que puede tener testigos. Mientras leemos, alguien lejano nos descifra.