jueves, 4 de agosto de 2011

CULTURA: "Chile gotea", por Cristián Warnken. El Mercurio, 4 de agosto de 2011.

¿Hay algo más chileno que una gotera? En "Días de campo", del cineasta Raúl Ruiz, una misma gotera, persistente y ubicua, va cambiando de lugar por las distintas "alas" de una amplia casa de adobe en el transcurso de la película. La gotera opera ahí como metáfora de un mundo rural en el que sobrevivíamos muy bien entre nuestra atávica precariedad y azar mágico ("será de Dios..."). Probablemente muchos chilenos trasplantados a otros países del mundo deben echar de menos esas goteras de las viejas, grandes y sombrías casas de amplios corredores. No sé si habrá goteras alemanas o suecas, pero no deben ser iguales a las nostálgicas goteras nuestras.

Me parecía que no iba a volver a escuchar nunca más el característico sonido de una de esas goteras que forman parte de nuestra infancia, cuando una gota cayendo dentro de un tiesto o "cacharro" podía concentrar la atención de un niño en la noche. En este Chile que quiere aspiracional y a veces presuntuosamente entrar en las grandes ligas, ese al que cada cierto tiempo le gusta verse narcisistamente en rankings y encuestas internacionales, una gotera sería mal vista. Sería mostrar la hilacha.

Por eso me sorprendió volver a encontrarme con estas atávicas compañeras de los inviernos fríos y monótonos de la zona central en un concierto de cámara en el Museo de Bellas Artes de esta ciudad. La invitación y el evento en cuestión eran dignos de elogio: un programa musical atractivísimo (Bach, Stravinsky y Beethoven), dirigido por un gran director chileno de trayectoria internacional. Un concierto gratuito, en un espacio público cargado de historia: el templo republicano de las Bellas Artes, de esos que levantaron en nuestro siglo XIX nuestros visionarios para los que la palabra "cultura" era más que una frase de llamada.

Pero el frío era mortuorio. Nada para calefaccionar, ni siquiera una criolla estufa a parafina. Afuera llovía, y la sala estaba "de bote a bote". Había un frío de morgue o de internado. Un frío muy santiaguino que cala hasta los huesos. Ahí, bajo la magnífica bóveda de vidrio y entre esculturas muy clásicas (que también parecían muertas de frío), la orquesta de cámara y el director, con todo su ímpetu de poseído por la música, no lograban derrotar a ese frío atávico. Los instrumentos comenzaron a desafinarse, y los heroicos violinistas y los chelistas de mágicos dedos ateridos parecían en cada movimiento de las partituras congelarse como extras de una pesadilla surrealista.

De pronto, el paciente director alzó, inquisitiva, su mirada hacia el techo. ¿Buscaba talvez la fuerza o el auxilio de la musiquilla de las altas esferas? No. Miraba estupefacto cómo desde la magnífica cúpula caían desvergonzadas, felices de encontrarse en este solemne escenario, las clásicas goteras chilenas. ¡Una seguidilla de pérfidas goteras en pleno allegro o adagio de una sinfonía de Beethoven! "La tempestad" de Beethoven no pudo llegar a su fin, hubo que terminar antes el concierto. Las goteras caían en gloria y majestad sobre nuestras cabezas, no como la metáfora de un mundo provinciano y perdido, sino como la prueba irrefutable de que nos está lloviendo sobre mojado. Esas goteras cayendo sobre las cuerdas y teclas de una impecable orquesta de cámara se me impusieron como el signo de una decadencia silenciosa, que detrás de las fachadas develaba las grietas de nuestra excelencia hecha pedazos.

Y tuve una visión o epifanía "chilensis": sentí que esa gotera no estaba sólo cayendo dentro del Museo de Bellas Artes, sino también de La Moneda, del Congreso y de las apolilladas sedes partidistas de distinto signo, por los intersticios de las instituciones de una República sin dirección, un barco a la deriva y a punto de naufragar en un mar de chascarros, chambonadas y desprolijidades sin nombre. Gotera País, gotera.cl, gotera chilena 2.0...

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