jueves, 8 de julio de 2010

IDEAS: "Monólogo de un hombre extraviado", por Cristián Warnken. El Mercurio, 8 de julio de 2010.

Ella está pegada a su Blackberry, él a su iPhone. Ella ya no escucha, él ya no mira a los ojos. Les hablo y dicen “sí”, como en trance, pero en realidad están recibiendo un mensaje de otra parte. No. No quise decir de “otra dimensión”, sino de otra u otro que, como ellos, pegados también a sus pantallas portátiles, les escribieron algo que los sacó de “aquí”, de ahora, de este momento único e irrepetible en la historia del universo. Alguien escribió a otra: “Estoy paseando a mi perro”. ¡Qué noticia! O “Te llamo ahora”. ¿Por qué no la llama, simplemente?, ¿por qué tiene que escribir todo el santo día lo que está haciendo o lo que va a hacer en los próximos minutos en su teclado negro? Dicen que Obama no deja de llevar consigo su “Black”. Que todos sus asesores tienen uno. No vaya a ser que a sus guardaespaldas se les ocurra tener también uno: cualquier francotirador podría aprovecharse de la distracción para dispararle al corazón, el corazón de un hombre que es también el corazón de un imperio. ¿Los francotiradores usan Blackberry o iPhone? No sé cuál de los dos prefieren los asesinos en serie, los pedófilos o las abuelas. Conozco una abuela que cuida a sus nietos, pero que en realidad, hay que decirlo, está cuidando su Blackberry, atenta a si alguien le ha escrito algo, lo que sea, mientras el nieto más pequeño está a punto de desbarrancarse de la escaleraElla duerme con el Blackberry prendido, él acaricia su iPhone, desliza sus dedos por la superficie de su nueva amante todo servicio. Tal vez sueñan con mensajes de texto. Quizás el Blackberry y el iPhone sean los símbolos de algo poderoso, las nuevas manzanas de un nuevo árbol del conocimiento. “No me casé con mi mujer, me casé con un Blackberry”—me dice un amigo despechado—. Lo mismo dirán otras mujeres de sus hombres pegados a un iPhone. Tal vez debieran juntarse los huérfanos y huérfanas que perdieron a los suyos adentro de estas nuevas redes y redactar una carta cadena rogando que regresen a casa. Come back home! Es que ya no estamos en casa, no tenemos hogar ni domicilio, nuestra dirección es un correo que flota en el inmenso espacio virtual. Y nuestro corazón está saturado de mensajes de texto. ¿Cómo volver, cómo regresar? Alguien me dijo que el cura de su parroquia usa Blackberry, y que confiesa online. Que hay un sitio de la Santa Sede que ofrece prédicas tipo. ¿Será cierto? ¿Y por qué no decir “Dios anda en los Blackberry”, así como Santa Teresa decía “Dios anda en los pucheros”? Algunos han dicho que Google es Dios; otros, más fanáticos, que Steve Jobs es su Dios, manzanita mordida mediante. Ella no suelta su Blackberry ni aunque tiemble la tierra. Ella se desnudó delicadamente, pero él no la vio, porque estaba adentro de su iPhone buscando imágenes de otras mujeres desnudas. El día del terremoto, ella gritó “¡Mi Blackberry está muerto!”, y ahí estaban los suyos, vivos, y no había modo de escapar a su presencia; ella estaba por primera vez condenada a mirarlos a los ojos, a oírlos, a olerlos. Pero ella volvió a su paraíso portátil, reenviando a sus otros “suyos” (los que no están “aquí”) mensajes apócrifos de García Márquez o Borges que circulan en la red, textos melosos que hablan de cómo aprovechar los instantes. Pero ella y él dilapidan esos instantes, Adán y Eva autoexpulsados del único Paraíso real: el del instante vivido. Ella y él están perdiendo a sus amigos, a su esposo, a sus hijos, el color de las hojas de otoño, el placer infinito de un café conversado, ella ya no escucha llover. Ellos se han fugado a otra dimensión donde hombres y mujeres aburridos, dopados por una “nada” común, se extravían en millones de Blackberries y iPhones diseminados por la Tierra, socios de un inmenso club virtual que se reúne las 24 horas del día para matar el tiempo y la vida.

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