viernes, 2 de julio de 2010

IDEAS: "Enseñanza de los clásicos", por Solange Favareau. El Mercurio, 27 de junio de 2010.

Señor Director:

En referencia a la carta del señor Patricio Domínguez (del día 25 de junio), junto con expresar mi acuerdo, quisiera agregar algo a esta reflexión.

Suele pensarse que lo clásico es aquello que se viste con ropajes viejos, lo que tiene olor a naftalina, lo que está out y en desuso; sin embargo, aún hay instituciones educacionales, como el colegio al que represento, que apuestan por un currículum en el que el valor de lo clásico es transversal: desde la literatura que se enseña, pasando por la música con la que se sensibiliza el alma y creyendo firmemente que la enseñanza de esta lengua muerta como lo es el latín cobra vida en la formación del pensamiento de tantas niñas y jóvenes. Lo clásico es lo que se topa con lo fundamental del ser humano, no simplemente con su acaecer, aquello cuya riqueza el tiempo cronológico hace resaltar aún más en vez de empolvarla.

Es cierto que la educación debe hacer sus aportes a este mundo de cambios, a esta modernidad líquida, como la llama Zygmunt Bauman, pero por esta misma razón, de ser transitoria y voluble, es que se necesita volver urgentemente a las raíces, a los patrones de referencia que nacen de la naturaleza misma de las cosas, a las rocas sólidas en donde los individuos puedan basar sus esperanzas y encontrar un refugio seguro en sus fracasos personales.

¿El latín? Sí, el latín, aunque exista la presión de los padres para que el inglés se apodere como segunda lengua. El latín, una lengua portadora de cultura, que nos vincula con el pasado de la humanidad y nos despierta el sentido histórico, que permite contemplar lo más excelso de la historia, que da rigurosidad al pensamiento, configura destrezas lógicas y enriquece el léxico, por nombrar algunas de sus bondades.

No es una apuesta pasada de moda de un colegio con tradición, ni una visión retrógrada de las cosas, sino es ver en el latín un ancla que nos permite llegar a distintos puertos del mundo sin perder las raíces, sobre todo en este tiempo líquido donde la solidez del pensamiento se ve cada día más amenazada.

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