"Los años que tienes no son los que han transcurrido desde tu nacimiento. Son los que puedes aprovechar antes de tu muerte". Proverbio chino.
LA MITAD DE LA VIDA, por Rodericus. El Mercurio, 2 de septiembre de 2009.
Quienes estamos próximos a cumplir 40 años bien podemos suponer que el tiempo que nos resta no es necesariamente más largo que el tiempo ya transcurrido. Es decir —y si la muerte no ocurre antes—, la trayectoria vivida no es menor (incluso quizás es mayor) que el camino todavía faltante.Frente a estas circunstancias personales, caben variadas reflexiones. Por ejemplo, ¿cómo mirar hacia atrás sin dejarse abatir por la sensación de fracaso? A su vez, ¿cómo mirar hacia delante sin adormecer los sueños y proyectos? Conciliar ambos puntos de referencia es, quizás, la instancia del más adecuado equilibrio cuando se debe afrontar la etapa media de la propia existencia. A esta edad intermedia entre la juventud y la vejez, es evidente que la observación de la realidad y los espacios para efectuar cualquier nuevo desafío aparecen más restringidos y acotados. Al ser más maduros —sin la impaciencia de antaño—, percibimos, no obstante, que en cierto sentido hay más premura ahora que en el pasado, y que las pérdidas de tiempo del presente tienen un costo mayor que las alegres dispersiones de ayer. El deseo, entonces, se vuelve tarea, y, pese a los temores, intentar dar el salto puede ser la única forma de no enmudecer en el muelle.
SACRALIDAD DE LA SIESTA (por Rodericus. El Mercurio, 22.05.09)
Ciertas personas, algunas de ellas bastante célebres, cultivaban con esmero y refinamiento el hábito de la siesta; quizás porque sabían que dormir un rato después de almuerzo era otra forma de prolongar la jornada. Y es que, también hoy, darse un tiempo para descansar impide que el alma zozobre frente a la inquietud y la tensión. No todos disponemos de esa posibilidad o de esa espléndida costumbre, pero sí notamos que una vida insomne añade un peso mayor a las variadas dificultades de un día cualquiera. Debido a la vertiginosidad en que vivimos, la siesta puede aparecer casi como una extravagancia decimonónica. Sin embargo, no lo es, pues dormir, sea de día o de noche, es situarse, aunque sólo de manera ficticia y temporal, en la inocencia que acompaña a todo aquel que, en su sueño y en sus sueños, es convocado a descansar de sus propias fatigas. La siesta es un relámpago de quietud en medio de un ancho escenario de agitaciones. El acto de dormir posee una condición sagrada, pues es un territorio que, incluso, apacigua las tristezas, tal como pensaba santo Tomás de Aquino. Más aún, cuando se alude a la Jerusalén celestial -a la que aspiramos los creyentes-, ¿acaso no se habla de ella como un viaje hacia el "reposo eterno"?
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