Me cuesta responderle, lo único que puedo aconsejarle es que amplíe su círculo de conocidos y no se limite a relacionarse con los nuevos ricos que conforman el nuevo mercado objetivo de una emergente industria del lujo. Que arranque de ese patético mal gusto, de esa frivolidad de capitanía. Porque en eso está una parte de la élite: queriendo ser el virreinato que nunca fuimos, tirando la casa por la ventana. ¿Pero se encontrará con un país distinto si desciende en la escala social? Empiezo a dudarlo. Porque no sólo los nuevos ricos y los ricos que renegaron de la austeridad de sus antepasados han enloquecido con el "becerro de oro": los chilenos de todas las clases sociales hacen fila para comprar, comprar y comprar. Los chilenos van a misa, son aparentemente muy devotos (como pocos en el mundo) y después se pasan el día entero en los malls . En realidad ahí está su nueva devoción y esos son los verdaderos templos de hoy, y la única fe sólida que queda es la fe en el consumo... Algunos, a la hora del bajativo, tal vez resentidos por no poder tener todo lo que tienen los otros, a los que envidian y en el fondo admiran, critican el "modelo" porque está de moda hacerlo, pero en realidad ellos son los que lo alimentan con su deseo compulsivo de consumir. Con sus flamantes tarjetas de crédito brillándoles en las manos, se lanzan detrás de los "sail" (así se les llama ahora a las liquidaciones), copiando a esas hordas de consumidores norteamericanos que levantan carpas en las afueras de las multitiendas para ser los primeros en hacerse de los productos prometidos y vociferados. Devorados por la ansiedad de ser lo que no son, son ellos los que agotan los ansiolíticos en las farmacias. Los más ricos, los que se compran helicópteros de último diseño para sobrevolar la ciudad como jeques de un emirato austral, están un paso más adelante de la mera ansiedad: a ellos los asalta a ciertas horas de la tarde ese letal enemigo interior que es el aburrimiento. Ese que viene aparejado con la angustia existencial. Y ahí no bastan los psicofármacos para calmar esa angustia, que tiene que ver con la falta de sentido. Cuando se tiene todo, ¿cómo llenar el vacío que viene como consecuencia de la saciedad que limita con la náusea? Los economistas, claro, celebran esta fiesta, este aquelarre, esta fiebre del oro. Porque en eso estamos, en verdad, parados arriba del carroussel del alto precio del cobre. Pero cuando la fiesta se acabe, ¿qué quedará? No nos vaya a pasar lo de la hormiga de la fábula, que llegue el invierno y no tengamos nada de valor, de verdadero valor en nuestras reservas.
Le digo a mi amiga que habrá que esperar ese momento para saber cuál es el Chile de verdad, lo que queda cuando los invitados se han ido y de la gran euforia sólo permanezca la chaya desparramada en el piso.
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