viernes, 28 de enero de 2011

POLÍTICA: "Muchos ensayos han resultado mal", por Carlos Larrain Peña. El Mercurio, 26 de enero de 2011.

En varios artículos escritos por quienes representan la postura llamada liberal, parece entenderse que lo medular es la exaltación y protección del mágico instante de la decisión individual libre de cualquier referencia externa, sea cultural o religiosa, y aun, también, de la aplicación de la razón práctica porque, ¿cómo funciona la razón sin la ponderación de alguna categoría o principio de acción?
La decisión individual perfectamente satisfactoria en la propuesta liberal siempre se da en el vacío completo. No está claro si la noción de conciencia personal quepa en el horizonte de estos liberales, y si lo hace es sólo como el último refugio del relativismo: "yo y mis circunstancias".
Sorprende el esfuerzo notable que ponen algunos en probar que los liberales tienen siempre la razón; es decir, andan de la mano con "la verdad" a través de la historia. Y es notable, porque si se aplica el método del ensayo y error preferido por esa corriente, se comprueba que muchos ensayos han resultado mal.
Veamos un ejemplo:
El capitalismo, en especial su versión siglo XIX, es considerado paradigma liberal. Efectivamente, mueve energías y crea riqueza, pero capas completas de la humanidad quedan rezagadas, mientras que los elementos tradicionales de la cultura comunitaria ya no operan para proteger a los "quedados" que no saben o no pueden subirse al carro del éxito mercadista.
Constatando lo anterior, los que siempre rechazan las injerencias externas como condicionantes, en esta coyuntura y con razón, llaman al Estado a compensar desigualdades. ¿Cómo podría un gobierno propiamente liberal hacerlo si acaso para ello deberá recurrir a las nociones del bien común y de la justicia? Ambas suponen una referencia a categorías de aplicación universal, y por ende proscritas de la vida social precisamente por el liberalismo, que declara a ambas nociones como próximas a la metafísica, y por ende dañinas, inhibidoras de la espontaneidad salvaje que Rousseau postulaba.
Se cuenta que el propio Voltaire rechazó esa premisa cuando leyó algo del Emilio, comentando al autor que no había continuado más la lectura por temor a descubrirse a sí mismo en cuatro patas y comiendo hierbas. Como vemos, ni siquiera Voltaire, el venerado campeón del escepticismo, soportaba la simplificación de algunas tesis liberales.
Y mientras este tipo de liberales bogan por una suerte de estado natural aséptico, libre de todo marco de referencia, sorprende su empeño para capturar el aparato estatal, y desde ahí impulsar la inclinación tan común a todos (antes de pasar por alguna forma de educación) de la gratificación individual instantánea.
Ofrezco un abordaje más matizado: todo observador medianamente sensible sabe que la realidad social tiene cosas buenas que es útil cuidar y fomentar, entre ellas la libertad, y otras que deben desalentarse y superarse. Esta es la premisa central del conservantismo.
Necesitamos la ayuda de la cabeza y del corazón. Las ideas quieren a las ideas, incluso a las contrarias, enseñaba Gilson. Una actitud más abierta, sin tanto recurso a las etiquetas, hará posible una mejor discusión y quizás una mejor vida social. Nadie con los ojos despejados puede afirmar con fe ciega que todo está bien y que irá mejor.

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