martes, 24 de agosto de 2010

CHILE: "Universidades al servicio del país", por Gaston Soublette. Carta a "El Mercurio", 24 de agosto de 2010.

Refiérome a la carta de la ex ministra de Educación señora Mónica Jiménez publicada en su edición del 20 de agosto.

Entiendo lo que se quiere decir c

on eso del "servicio al país"; lo que echo de menos es una concepción más formativa de la educación y menos instrumentalizada del individuo. Dado lo que el mundo ha llegado a ser en esta era financiera y tecnológica, no siempre eso que llamamos "servicio al país" resulta ser un real servicio al hombre. Porque lo que llamamos país es, de hecho, un sistema, y servirlo no s

upone

necesariamente que con eso los individuos que integran la nación reciban de la educación lo que realmente necesitan para ser hombres cabales y vivir dignamente. Desigualdades vergonzosas, inconsciencia, confusión y crisis moral son hechos reales que ponen el dedo en la llaga.

En la educación debe haber una instancia previa que concierne al hombre en sí mismo, base del desarrollo psíquico individual, orientada hacia la virtud, el conocimiento, el dominio y el don de sí mismo. Sin esa base, no hay garantía de que un hombre, por ser un profesional de alto nivel, sea un ciudadano éticamente confiable capaz de servir a la comunidad como es debido.

En la atmósfera materialista que respiramos todos (cual más, cual menos) puede pensarse que este problema es irrelevante ante los desafíos científicos y tecnológicos actuales. Al respecto, el ejemplo del hombre más inteligente del siglo XX, Albert Einstein, es elocuente. Él planteó las bases teóricas para la fabricación de armas de destrucción masiva y recomendó al gobierno de EE.UU. usarlas contra Alemania y Japón. Después de la tragedia de Hiroshima, Einstein hizo un mea culpa dramático, y declaró al mundo que él no era un sabio, sino que el verdadero sabio era el Mahatma Gandhi, porque él sí conocía a los hombres...

Eso es lo que puede ocurrir cuando progresamos científica y tecnológicamente pero sin sabiduría, vale decir, que terminemos olvidando qué es el hombre. Servir al país, debiendo ser lo mismo que servir a los hombres, por desgracia, y en buena medida, suele no serlo. Por eso deviene una frase cliché que oculta al país real que tenemos.

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