viernes, 23 de marzo de 2012

RELIGIÓN: Libro de la Sabiduría, 2,1a.12-22.

Ellos se dicen entre sí, razonando equivocadamente: "Breve y triste es nuestra vida, no hay remedio cuando el hombre llega a su fin ni se sabe de nadie que haya vuelto del Abismo.
Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida.
El se gloría de poseer el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor.
Es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable,
porque lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes.
Nos considera como algo viciado y se aparta de nuestros caminos como de las inmundicias. El proclama dichosa la suerte final de los justos y se jacta de tener por padre a Dios.
Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final.
Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos.
Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia.
Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará".
Así razonan ellos, pero se equivocan, porque su malicia los ha enceguecido.
No conocen los secretos de Dios, no esperan retribución por la santidad, ni valoran la recompensa de las almas puras.

viernes, 16 de marzo de 2012

CULTURA: "Los gigantes egoístas", por Cristián Warnken. El Mercurio, 16 de marzo de 2012.

La aberración del mall de Castro, la desmesura de la torre del mall Costanera Center, el mall Barón en el borde costero de Valparaíso, la presuntuosa y disruptiva casa central de una universidad privada frente a la tradicional y arquitectónicamente noble Facultad de Derecho de la U. de Chile, son sólo expresión más visible de un deterioro profundo y talvez menos evidente, pero más medular que una pura "antología nacional de la infamia urbanística".
¿Por qué lo que atenta contra el espacio público y el bien común, lo que puede deteriorar la calidad de vida de los otros logra imponerse con tanta facilidad e impunidad? ¿Y qué es lo público sino lo común, el espacio donde somos con otros?
Hoy nadie se hace responsable de nada. Somos como los mezquinos y patéticos habitantes de los pequeños planetas de "El Principito", concentrados en barrer y limpiar su metro cuadrado.
El empresario que "sueña" una torre o un mall de manera narcisista y egoísta, el arquitecto que proyecta la obra sabiendo en el fondo de su alma que se trata de un horror, los alcaldes que hacen vista gorda de los efectos de estas "intervenciones", el funcionario que firma el permiso de construcción respectivo, el ministro que reacciona tarde, el parlamentario que no fiscaliza a tiempo, cada uno de ellos, en su esfera de acción propia, es responsable de sus actos y omisiones. No es cierto que porque la legislación lo permita, yo pueda desde destruir un entorno patrimonial hasta producir un colapso vial que arruinará la calidad de vida de miles de mis compatriotas, y sentir que lo que hago no es éticamente reprobable porque está legalmente permitido.
Quien culpa al otro, quien delega su propia responsabilidad, quien se "opera" de su propia culpa, quien desplaza, endosa, se encubre en "vacíos legales" es quien ha renunciado a ser sí mismo, a ser hombre cabal, corresponsable del mundo que nos toca vivir y construir día a día. En Chile campea hoy el "síndrome de Pilatos": todos se lavan las manos, nadie siente que su responsabilidad individual sea gravitante en el curso de los acontecimientos. ¿Hay acaso una frase más tristemente nuestra que ésta: "Si no lo hago yo, igual lo va a hacer otro"?
Extraña paradoja la de una sociedad "individualista", que promueve el emprendimiento y dice tener fe en el poder de cada individuo. Somos individuos libres y cabales cuando se trata de iniciar un negocio o de acceder al poder; dejamos de serlo cuando lo que está en juego es el espacio público, nuestra convivencia con los otros. Y en toda sociedad en que se debilita la responsabilidad individual, ética, se abre el espacio para la corrupción, la mentira, la mediocridad, la decadencia espiritual y política. Andrei Tarkovski, profeta del cine ruso, en su libro "Esculpir en el tiempo", alerta sobre el debilitamiento de la responsabilidad individual en Occidente: "Para mí, la única tarea verdaderamente importante consiste en reinstaurar la responsabilidad del hombre con su propio destino (...). El sufrir con la propia alma provoca la responsabilidad y la conciencia de la propia culpabilidad. Entonces ya no se justificará con cualquier excusa la propia desidia y los descuidos, ya no se dirá que uno no es responsable de lo que suceda en el mundo".
Si hay cada vez más empresarios que sólo se miran al espejo todos los días y no ven el rostro de los otros a través de los vidrios polarizados de sus torres inteligentes y babélicas (como el gigante egoísta de O. Wilde), si abundan los arquitectos que olvidaron toda lealtad con su arte y la "polis", si tú -lector- y yo no creemos que se pueda dar testimonio allí donde nos toque actuar, entonces el cinismo y la cobardía devastarán el país más que los terremotos, los incendios y las inundaciones. Y reconstruir desde esa ruina moral sí que será una tarea ardua y talvez imposible.

domingo, 11 de marzo de 2012

EDUCACIÓN: "Censurada la Caperucita Roja", por Ignacio Valente. El Mercurio, 11 de marzo de 2012.

Quién lo diría. La Caperucita Roja es políticamente incorrecta, Hansel y Grettel hacen daño a los corazones infantiles, Blanca Nieves fomenta conductas maldadosas en los niños. De Inglaterra nos llegó la noticia. Hay apoderados y pedagogos que son partidarios de retirar de la circulación los cuentos de los hermanos Grimm, de Perrault, de La Fontaine y quizá de otros próceres de la recopilación o de la creación del mismo género -¿tal vez Saint-Exupéry, Carroll, Wilde, Kipling, Calvino, Lewis?-, porque serían un peligro para la educación de los párvulos, cuya imaginación pueblan con seres despiadados, feas brujas, fagocitación de abuelitas crudas, secuestros: ¡violencia!
Quizá el hecho no pase de ser una anécdota, pero no deja de ser un síntoma del doblez que reina en ciertos sectores de nuestra cultura pedagógica.
El primer argumento contra esa beatería se ha levantado en nombre de la realidad, la del mundo en que ya viven los infantes, harto más despiadado, procaz y cruel que aquellos cuentos: desintegración de la familia, violencia intrafamiliar y escolar, consumismo precoz... Más aún: es en el propio mundo de la entretención infantil donde compite con las lecturas tradicionales -en competencia desleal- esa subrealidad que desfila por las pantallas, pantallitas y demases electrónicos al alcance de criaturas sin número, que se impregnan de violencia, sexo bruto, estupidez, sin que padres y educadores pierdan el sueño. Si el asunto es educar, habría que comenzar la limpieza por esos programas, canales, videojuegos, y no por los textos ya clásicos de la literatura universal.
Habría que filtrar, en seguida, esos abundantes "cuentos para niños" de baja calidad imaginativa y verbal, cuyo presupuesto básico parece ser éste: que los niños son tontos, que se entretienen con cualquier necedad puesta por escrito y expurgada de todo mal, un mundo niñoide y color de rosa. Pero lo que de veras educa y entretiene a un niño, es decir, un buen cuento para niños, es en primer lugar un buen cuento a secas, capaz de ser apreciado por un adulto exigente, y eso en virtud de su misma dialéctica entre el bien y el mal. El peligro no es un cuento que describe el mal, sino un mal cuento.
Los relatos clásicos, leyendas, consejas, fábulas y apólogos del caso vienen avalados por dos cualidades insuperables: su origen remoto -inmemorial- y su raigambre popular. Esas narraciones han sido y son para los niños una incipiente reserva de humanismo, de encantamiento, de magia, hoy más necesaria que nunca como antídoto frente al asalto de una tecnología desoladora que padecemos desde la cuna hasta la tumba: ¡el Nuevo Mundo Feliz! Frente a él se alzan las voces elegíacas de quienes claman por el reencantamiento del mundo. ¿De qué reencantamiento nos hablan, cuando se ha criado a los pequeños en el desencanto de un temprano tecnicismo mecanicista?
Los dragones, hechiceras, monstruos y demonios del género clásico nunca inquietaron a nadie en épocas y culturas de un sentido ético más recio que el nuestro. Al contrario, se sabía que esos barrabases eran altamente educativos, porque -entre otras razones- sin ellos no podía haber tampoco hadas ni héroes. De cara a las tragedias de Sófocles o Esquilo, Aristóteles forjó el concepto de "catarsis": la purificación que sufren las pasiones, las desgracias y los horrores a su paso por la belleza artística, por la imaginación creadora, por el gozo de la contemplación. Es por esta misma transfiguración emotiva y moral que el lobo, la bruja o el dragón -en suma, el mal- hacen bien al corazón del niño y lo educan. En otra parte están los males que lo malean, y de ellos deberían preocuparse los padres y educadores de Inglaterra y de todo el mundo.