jueves, 13 de octubre de 2011

CHILE: "¿Dónde está Chile?", por Cristián Warnken. El Mercurio, 13 de octubre de 2011.

Chile se encamina a pasos agigantados a una decadencia moral e intelectual de proporciones. No hay gobierno ni oposición a la altura de las circunstancias. Cada cual parece estar actuando por cálculos mezquinos, muy pocos son ya los que despiertan admiración, y nadie parece dar ni la vara ni el ancho. La pobreza de las ideas y la debilidad de las convicciones de nuestra clase dirigente, sumadas al deterioro de la ética en todos los niveles -cada vez más campean la pillería y la avidez sin límites-, pueden convertir a este país que costó tanto fundar en un peladero, en una tierra de nadie, una tierra baldía.
Una república que tuvo a mandatarios, militares y ministros a la altura del general Bulnes, Manuel Montt y Antonio Varas, ejemplos de honestidad, sentido de la impersonalidad del poder y amor genuino por el país y compromiso con lo público, parece hoy tironeada por todos lados por rapiñeros, ambiciosos y vanidosos de poca monta. El sentido de lo "público" parece borrado del mapa. Asistimos al olvido de lo público en todos los niveles. Y el olvido de lo público es el olvido del ser más profundo de Chile.
Lo público es mi barrio con sus plazas y espacios comunes aún no derrotados por la especulación inmobiliaria; las universidades no avasalladas por el pensar calculante; la televisión de todos no entregada a la farándula de las transnacionales. Pero en estos días resuenan los versos del poeta irlandés W. B. Yeats: "Los mejores carecen de toda convicción,/ mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad".
¿En qué momento se rompió la posta con lo mejor de nuestra propia historia? Pareciera que todos, o casi todos, fueron de a poco traicionando una parte de su propia alma para entrar en una vertiginosa carrera por el poder, del poder por el poder. Como si muchos se hubieran dedicado a aprender de memoria a Maquiavelo en estas décadas y hubieran olvidado a Virgilio, a Solón, esos autores que un Andrés Bello, un Amunátegui, un Barros Arana tradujeron y usaron como fermento e inspiración, cuando en Chile había un humanismo fundante, cuando se consultaban como oráculos los versos de Horacio o Cicerón y no los focus-group o las encuestas, cuando gobernaban los estadistas y no los opinólogos.
Todos dicen que la crisis mundial nos va a "pillar bien parados". No lo sé. Un país donde los nuevos becerros de oro parecen ser la pura gestión y el management , pero sin contenidos ni visión, ya no es un país. Será una gran empresa, pero no un país. ¿Acaso el precio del cobre por las nubes nos hizo a la larga mal, como sucedió alguna vez con el salitre? No hay peor mezcla que la de riqueza conseguida con la especulación y no con el trabajo o el emprendimiento, unida a la ignorancia y a la pobreza interior.
¿Qué imagen resume el Chile del siglo XIX? La Universidad de Chile y la Biblioteca Nacional. ¿Qué resume al Chile de estos últimos años? La Polar y la educación entendida como un bien de consumo. ¿Y para eso murieron nuestros héroes? ¿Para eso inventaron mundos nuevos nuestros poetas? ¿Para eso se vinieron a Chile un Domeyko o un Bello, ilustres extranjeros? ¿Por ese Chile sufrió una desgarrada nostalgia en el siglo XVII el exiliado y lúcido Lacunza? Dijo alguna vez Kipling: "Abandonamos la esperanza y el honor,/ estamos perdidos para el amor y la verdad./ Caemos peldaño a peldaño,/ y la medida de nuestro tormento es la de nuestra juventud./ Ayúdanos, Señor, porque conocimos lo peor demasiado jóvenes".
Pero, a pesar de todo, sigo creyendo que Chile es un país extraordinario donde vivir y morir, un país que tiene una luz propia, un país soñado. Un país misterioso y delicado, que hay que cuidar como tesoro y no repartir como botín. Tal vez nos salve nuestra lejanía, esa que nos obligó alguna vez a ser fieles a nuestra propia alma y encontrar nuestras propias medidas, nuestros sagrados límites que nos protegieron de todo fanatismo y desmesura.

martes, 11 de octubre de 2011

POLÍTICA: "Jobs, EE.UU. y la innovación", por Karen Ebensperger. El Mercurio, 7 de octubre de 2011.

Siempre me ha impresionado que una nación nueva como es EE.UU. haya tenido tan claro, desde su fundación, que su futuro estaba ligado a la creatividad de su gente.
La Oficina de Patentes y Marcas de EE.UU. tiene más de 200 años, tantos como el propio país, y desde su inicio promovió el progreso de las ciencias y las artes. En ella está inscrita la mejor parte de la historia de EE.UU. Y seguramente en letras de molde figura Steve Jobs.
Muchos -como el propio Jobs- iniciaron sus investigaciones en un simple garaje, ese emblemático recinto de la sociedad norteamericana, con el cesto de basketball en el exterior, la puerta levadiza y las herramientas colgando en las paredes con una pulcritud que, sin duda, deja huellas que marcan el carácter de los niños. Porque esos garajes, como antes los graneros, hablan de padres que se arremangan las mangas, y donde el concepto de "do it yourself" es un principio de vida. Se calcula que 52% del crecimiento de EE.UU. desde la II Guerra Mundial provino de los inventos, muchos aportados por inmigrantes europeos con cero capital, pero incentivados por una actitud social en ese país hacia el individuo creativo.
Desde Benjamin Franklin o un siglo después con Thomas Edison, los inventores han hecho de EE.UU. una sociedad de oportunidades y de avances. Ellos nunca esperan mucho del Estado, tampoco de un golpe de suerte, sino que trabajaban incansablemente con la seguridad de pertenecer a una sociedad que valora el emprendimiento. Y el rol del gobierno para asegurar la continuidad de la innovación ha sido promover una oficina de patentes fuerte y ágil, porque sin propiedad intelectual no se puede estimular a una persona a invertir sus mejores años en desarrollar una idea.
De esos garajes salieron visionarios como Steve Jobs y Steve Wozniak, impulsores del computador personal y fundadores de la empresa Apple.
Hoy ya es leyenda cómo ambos armaron los primeros computadores Apple en un garaje de California.
Bill Hewlett y Dave Packard gestaron HP -una de las compañías tecnológicas más importantes del mundo- en otro garaje que ha sido declarado lugar histórico en EE.UU. Y en 1998, los estudiantes Larry Page y Sergey Brin tenían la idea de crear un buscador de internet que funcionara mediante un complejo algoritmo. En un garaje de la avenida Santa Margarita, en el sur de San Francisco, incubaron Google... y lo demás ya es historia. Bill Gates jubiló a los 53 años -tras su enorme aporte a la era de la informática- para dedicarse a su fundación, que aporta a la educación y a la cura del sida en África. Otros inventores sólo obtuvieron una pequeña pensión, pero independiente de la recompensa, los innovadores tienen en común un entusiasmo por el proceso creativo.
Son innumerables los ejemplos, y uno se pregunta qué tiene EE.UU. que inspira a tantos innovadores. La clave está en un ambiente social que estimula desde niños un interés personal hacia la creatividad.
Por eso, creo yo, hay tanta impaciencia con algunos potentes especuladores de Wall Street: no representan el verdadero espíritu de EE.UU. Ojalá en Chile, tras tanto discutir sobre educación e innovación, logremos el clima adecuado para que aparezca al menos un Steve Jobs por generación. Eso parte por no mofarnos si vemos a alguien distinto, atípico, que pasa las horas pensando sobre una rara idea. Steve Jobs era considerado un nerd ...y hoy es despedido como un ícono.

jueves, 6 de octubre de 2011

ESCRITURA: "María José Poblete: una escritora novel que necesitó hablar de diversidad en la sociedad", por María José Errázuriz. Emol, 6 octubre 11.

Se recibió de abogado en la Universidad de Chile y trabajó como tal aquí y en Francia, país en el que revalidó su título. Sin embargo algo muy profundo le decía que tenía que abandonar todo y sentarse a escribir.

Desde pequeña los cuentos, relatos e historias eran parte de su quehacer diario, aunque nunca fueron hechos públicos. La fuerza era tan grande que entre medio de sus obligaciones cotidianas se dio tiempo para asistir a varios talleres literarios, como el de Ana María Güiraldes.

María José Poblete, 35 años, casada, un hijo y otro en camino, está hoy al final de la recta. Su primera novela, “El desvelo” acaba de ser publicada por Alfaguara bajo el sello Suma y espera la voz de la crítica y el público. En el proceso, ella ha aprendido de vulnerabilidad, ansiedad y perseverancia.

Nació en Canadá, pero la verdad es que vivió toda su infancia y adolescencia en Chile itinerando por diversas ciudades debido al trabajo de su padre. Ya en la universidad partió a Estados Unidos a estudiar algún tiempo, y una vez recibida de abogada, se trasladó a París, donde vive desde hace 8 años.

Quizás el conocer tantos mundos fue determinante en su vocación literaria y, probablemente, explique el mundo de dolores, realidades contrapuestas, hipocresías y sectarismo que presenta en su primer libro. “El desvelo” cuenta la historia de una familia desmembrada por las partidas, los suicidios, las diferencias de clases y el doble estándar que generan en sus personajes actitudes de resignación o rebeldía.

-¿En qué momento se cruza la literatura en tu vida?
“Tengo la impresión de haber escrito desde chica, era como una práctica habitual –las cosas que escribí en Panimávida ya no las leo porque me da vergüenza- y en la adolescencia me dediqué a la poesía. Nadie leía eso, pero después me metí a talleres porque quería darle cuerpo”.

-Estuviste muchos años dedicada a la abogacía. ¿Cuándo resolviste ponerte a escribir para publicar?
“Ya en Francia, después de dar el examen de grado, sentí que tenía que darle consistencia a mi vida. Sabía que escribir nunca me había dejado de apasionar, pero no sabía cómo hacerlo. Entonces me dije ‘hay que hacer el intento y para ello tengo que escribir una novela’. Dejé todo y resolví existir escribiendo.
“No digo que el derecho esté muerto y enterrado, pero, al final, la literatura se hubiera impuesto igual”.

-¿Tenías el tema?
“En la adolescencia, en los 20, mis temas eran más las cosas como físicas, sensoriales, pero desde hace un tiempo, mis temas pasan por la visión del otro, la división del mundo en blanco y negro por algunos, la no existencia de un abanico de opciones. La falta de matices en la sociedad es algo que me vuelve loca y “El desvelo” busca contar esa falta de pluralismo y diversidad”.

-¿Debe ser difícil tomar la decisión de dejar todo y dedicarse a escribir sin saber cuál será el resultado? ¿Qué genera?
“Es atroz, súper difícil. Yo había tomado la decisión de dejar el derecho o por lo menos, ponerlo en pausa antes. Pasé un año pensando en qué podía trabajar, pensando en vincular Latinoamérica con Europa, pero al final tomé la decisión de escribir. Y eso fue angustiante porque fue algo muy testarudo”.

-¿Alguien te había dicho antes, en algún taller, que tenías pasta de escritora?
“No, esto fue un camino bien en solitario, salvo mi familia que sabe que esto me mueve desde siempre y encontraron que la decisión tenía mucho sentido. Cuando tomé la decisión de ponerme a escribir también fue como un alivio porque por fin estaba haciendo algo que me hacía sentir coherente.
“No tenía claro nada hacia adelante, sólo sabía que tenía que intentarlo; esto tenía que ver con existir y eso pasaba por publicar”.

Después de un año sentada en su casa y en cafés de París, “El desvelo” tomó cuerpo. Entonces comenzó el peregrinaje por las casas editoriales de España. El proceso fue largo, mandó originales a todos los editores y agentes literarios que encontró en internet y planeó el plan A, plan B y plan C esperando respuesta. En España el no fue rotundo, los que se dignaron contestar simplemente le dijeron que no publicaban noveles (los que nunca han sido impresos).

Entones recurrió a una escritora chilena que ha sido publicada en distintos países y le preguntó cómo se hacía; ella le dijo que tenía que intentar directamente en Chile, que las opciones eran mayores para los noveles, porque eran muchos menos que los que postulaban en España. Y le resultó: los editores de Alfaguara leyeron su texto y lo calificaron de ‘una muy buena historia, que son difíciles de encontrar’.

-¿El plan C era autopublicarte?
“Ese era como el plan F (se ríe). Había pensado en editoriales más alternativas, en las más chicas... no sé, eran muchas las opciones”.

-Esta semana sale a la luz y ahora te vas a enfrentar al terror de los escritores, la crítica. ¿Qué expectativas tienes?
“No tengo, ninguna. El que me publiquen ya es un paso gigante, fue un espaldarazo inmenso a todo este proceso, al haberme tirado a la piscina. Me valida muchísimo, pero me siento vulnerable; siento que de un momento para otro la cosa más íntima que tengo que es escribir, se transforma en la más pública. Con esto la novela se independizó de mí, tiene su vida propia y la gente tiene derecho a que le cargue, le encante, que la encuentre pésimo o excelente.
“Creo que me van a importar mucho (las críticas), pero no sé....Me siento expuesta”.

-¿Qué tan determinantes van a ser en tu decisión de seguir escribiendo?
“Creo que no es determinante, de hecho, hace mucho rato estoy trabajando en la segunda, porque ha tomado mucho tiempo este proceso de publicación. Voy a seguir escribiendo pase lo que pase con la crítica, pero todo es tan desconocido para mí. La escritura no pasa por la crítica”.

-Pero sí que te vuelvan a publicar. O como sean tus ventas.
“En este último período, desde que la novela partió a imprenta, he pensado que no controlo nada. La novela ya se publicó, está en librerías y yo no controlo nada, ni el marketing, ni las críticas... lo otro sería volverme loca. Yo escribí una novela y tuve la suerte gigantesca que me la publicaran, pero hasta ahí no más llego, qué más voy a hacer. No me puedo obsesionar”.

-¿Si no te hubieran publicado, habrías seguido escribiendo?
“No me gusta entrar en los condicionales, es ciencia ficción. Yo partí pensando en que no me iban a publicar y que iba a tener que retroceder. No iba a dejar de escribir, pero tengo una familia; hoy publicar me permite validar el tiempo que pasé escribiendo y hoy esto es una prioridad en mi vida”.

-¿Publicada estás menos vulnerable?
“Por lo menos existo. No será lo mismo mandar un manuscrito y decir ‘ya tengo una novela publicada y aquí va la segunda’. Esto te da una validación y me permite enfrentar el medio de otra manera”.

-Enfrentas la segunda con mucha más tranquilidad.
“Me siento más tranquila porque hay menos ansiedad, pero por otra parte, el empezar a redactar me costó porque surgió la duda de cómo crear nuevos personajes que encuentren una voz y de si me iba resultar tan fluido como la primera. “Creo que en esta nueva novela las cosas son más exigente porque quiero hacer las cosas de otra manera”.

CULTURA: "No sirve para nada", por Cristián Warnken. El Mercurio, 29 de septiembre de 2011.

Una destacada medievalista catalana, Victoria Cirlot, especialista en filología románica, visita Chile en estos días. Participa en un seminario sobre “Las formas de hablar del silencio” y en un encuentro sobre la Edad Media. ¿Para qué sirve estudiar las visiones de la mística del siglo XII Hidelgarda von Bingard o los símbolos del “Cuento del Grial”?
Para nada. Desde un punto de vista estrictamente utilitarista, estos simposios convocados para comentar o interpretar viejos textos del pasado no tienen relevancia alguna, son un lujo, una rareza, un delirio de humanistas, esa bizarra subespecie en extinción. La misma Victoria Cirlot, en una intervención en una universidad española, años atrás, alertaba sobre los riesgos del “vicio utilitarista” que se ha apoderado de nuestras sociedades y que, incluso, está amenazando el ser mismo de las universidades, que han tenido como misión y como destino, desde siempre, mantener vivo el espacio para la gratuidad, para el pensamiento y la creación que se sustraen al pensar calculante. En los inicios de la República, Andrés Bello se esmeraba en la traducción de un verso en latín, en cuestiones filológicas vistas desde hoy como bizantinas, absurdas. ¿Qué sería de Chile sin esos “inútiles”? Talvez un páramo cultural más profundo que cuanto ya lo somos. No habría surgido la Universidad de Chile, no habría humanidades, ni el poco de ciencia que tenemos. El utilitarismo ciego, ramplón, termina por condenar a los países que viven con las anteojeras del puro presente al estancamiento en una sola dimensión del desarrollo, la del desarrollo económico.

Lo único que ha permitido el pleno desarrollo del hombre ha sido la absoluta gratuidad e inutilidad de los saberes en los que ha explorado siempre por curiosidad, asombro o simple amor al saber mismo. Victoria Cirlot recuerda una historia de Sócrates citada por Cioran. Mientras se le estaba preparando la cicuta, Sócrates aprendía un aria con la flauta. “¿De qué te sirve?”, le preguntaron, y él contestó: “Para saber esta aria antes de morir”. No todo es “para algo”, hay muchos “sin para qué” que nos pueden hacer sentirnos orgullosos de pertenecer a la especie humana, esa que muchas veces nos da vergüenza cuando leemos los titulares de los diarios. La sonrisa de la Gioconda, el estremecedor adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler, un verso de Huidobro o estos de Angelus Silesius: “La rosa es sin porqué,/ florece porque florece”. Cada uno de nosotros debiera aprender algo completamente inútil antes de morir. Algo que nos diera esa grata sensación de que no estuvimos aquí sólo para engrosar una estadística, para incrementar unos ahorros, para capitalizar, algo que se resistiera a la mera eficiencia. El que se junte un puñado de medievalistas en nuestra ciudad es un milagro y una forma de resistir a la desaparición del horizonte de gratuidad de nuestra vida y nuestra cultura. Cuando ello ya no ocurra, nuestra sociedad será plana, homogénea, gris, eficiente pero vacía, sin el júbilo que nos da una música inesperada surgida del silencio o una reflexión profunda nacida del viejo thaumazein, el asombro o la perplejidad de nuestros padres, los griegos.
El problema más importante hoy no es que estén cayendo los valores de la bolsa o que esté paralizada una parte del sistema escolar. Tenemos que aprender a coexistir con crisis cíclicas, sociales y económicas, probablemente cada vez más intensas. El verdadero problema es la gran crisis de sentido de sociedades que, por focalizar todo en el “para qué sirve”, han terminado por devastar no sólo la tierra, sino el alma de la tierra. Corremos el riesgo de morir envenenados por la cicuta del utilitarismo, pero sin haber aprendido una sola aria de flauta, que es lo único que nos puede preparar para recibir nuestra propia muerte con una sonrisa.

CULTURA: "No sirve para nada", por Gastón Soublette. El Mercurio, 6 de octubre de 2011.

En su columna de los jueves, el 29 de septiembre Cristián Warnken lanzó su voz de alerta y su protesta contra el chato utilitarismo que domina de hecho a nuestra sociedad. Según él, los chilenos carecemos de la cultura que nos permitiría concebir un modelo de desarrollo que no sea puramente económico, minimizando el valor de eso que podría darnos un desarrollo integral como personas con discernimiento y creatividad.
Al leer su magnífico artículo sobre este tema, titulado "No sirve para nada" (frase con la que ironiza la actitud del chileno medio ante las creaciones de la cultura), se me vino a la memoria un pensamiento del sabio chino Lao Tse (s. VI a.C.), que dice: "Cuando los hombres no temen lo que en verdad debe temerse, lo peor puede ocurrirles". Con estas palabras, el sabio se refiere al hecho de que los hombres puedan dejar de ser humanos por la pérdida progresiva de la conciencia, a causa de una clausura de los aspectos superiores de nuestra psique.
Se trata de una enfermedad mental que hoy alcanza una dimensión planetaria, aunque otros países, a diferencia del nuestro, tienen tradiciones culturales sólidas que les permiten paliarla.
Karl Gustav Jung en su obra póstuma llamada "El libro rojo", publicada recientemente, 50 años después de su muerte, se refiere a este tema. Para Jung, esta civilización utilitaria sigue un modelo heroico mediante el cual nos hemos propuesto ascender ilimitadamente y en un solo sentido, pagando el precio de neutralizar la mejor y más amplia zona de nuestra alma. La cita anterior de Lao Tse coincide con esta afirmación de Jung, porque eso "peor" que puede ocurrirnos en este proceso de empobrecimiento interior es que todo lo que deliberadamente hemos querido ignorar y excluir de nuestro propio ser, sorpresivamente venga a nosotros degradado bajo la forma de lo que él llama una "epidemia psíquica", la cual puede poseer nuestras mentes reducidas en su unilateralidad y nos obligue a enfrentar lo que más aborrecemos, eso que en ciertas coyunturas históricas emerge como un poder que se impone mediante la fuerza, haciendo simplificaciones brutales. Todo lo cual proviene de una acumulación de muchas décadas de vacío en la Pedagogía y la cultura de una sociedad.