jueves, 23 de junio de 2011

LECTURA: "La monstruosa radio", en Relatos de Cheever.

Ésta es la historia de un matrimonio, Jim e Irene, que adquieren una nueva radio. El aparato muestra poderes insospechados, de reproducir los sonidos que provienen de otros sectores del edificio, y finalmente terminan revelando las intimidades de las familias que viven en los demás departamentos. Irene se obsesiona con la posibilidad de conocer lo que realmente sucede en otros hogares y lo que verdaderamente son las otras personas. Pero al caer en cuenta del contraste entre el ser y el parecer, se aterroriza de que los demás puedan enterarse del mismo contraste latente en su propia familia. Cuento genial, adecuado para conversarlo. Muy recomendable.

LECTURA: "De qué hablamos cuando hablamos de amor", de Raymond Carver.

Un conjunto de diecisiete cuentos. El estilo de Raymond Carver es mostrarnos una escena, una situación, sin la estructura tradicional del cuento. Generalmente desde la perspectiva subjetiva y alterada de un narrador cualquiera. Esa situación, sin embargo, nos muestra aspectos de la realidad que son interesantes. Pero la falta de clímax de las historias, para mi gusto, dejan a veces poca huella, por lo que resulta necesario volver a leerlos para recordar qué pasaba. Sólo algunos de ellos me gustaron especialmente, siempre dentro del mismo estilo: El señor Café y el señor Arreglos, Bolsas, La tercera de las cosas que acabaron con mi padre, De qué hablamos cuando hablamos de amor, y Una cosa más.

jueves, 16 de junio de 2011

ESCRITURA: "Alejandra Costamagna: No quiero que mi trabajo sea una carrera por el éxito", por Juan Luis Salinas. El Mercurio, 14 de julio de 2011.

Es una de las voces más fuertes de las escritoras nacionales. Publicó su octavo libro, "Animales Domésticos", una colección de cuentos donde perros y gatos son la excusa para relatar la fragilidad humana. Hija de inmigrantes argentinos, Alejandra Costamagna abre las puertas de su intimidad.

Unos minutos atrás, antes de que sonara el citófono, Pascual, un gato de pelo anaranjado y actitud seria, arrancó para desaparecer en un lugar perdido entre el patio del condominio en que vive Alejandra Costamagna. El animal prefirió escabullirse ante la posibilidad de encontrarse frente a frente con un desconocido y dejó a su dueña sola. Son las tres de la tarde, en Ñuñoa hay sol, pero el tiempo es frío y el amortiguado ruido de los autos que corren por Avenida Macul rompe la tranquilidad que domina el departamento de Alejandra Costamagna. Ella abre la puerta vestida totalmente de negro, pero en el suéter largo y el pantalón oscuro que lleva puestos hay unos delicados hilos de pelos amarillentos. Es el rastro de Pascual.
-Le tiene miedo a la gente. Le gusta estar solo conmigo -dirá Alejandra más tarde, después de hablar de su gusto por estar sola, del insomnio que la acompaña desde la adolescencia y de "Animales Domésticos", la colección de cuentos que lanzó a fines de abril. Entonces se acordará del gato -que recogió hace dos años de una caja de cartón que estaba tirada en la esquina de San Martín con Catedral, en el centro- y dirá que es su compañero más fiel, el testigo de sus horas de escritura. Y de repente, con tono serio y una risa corta, comentará que conversa con él. Que se acompañan. Que se escuchan mutuamente.
Alejandra Costamagna Crivelli es delgada, habla con calma, su semblante es pálido y su mirada está surcada con ojeras (anoche se acostó cerca de las dos de la mañana). Tiene 41 años, es soltera y no tiene hijos. Es periodista y magíster en literatura, pero desde hace más de quince años es escritora a tiempo completo (aunque no ha abandonado el periodismo y también escribe columnas para revistas como El Malpensante y otros sitios web). Lleva cuatro novelas y cuatro colecciones de cuentos publicadas, y su obra se ha traducido al italiano, al danés y al coreano. Luego de presentar "Animales Domésticos", terminó un texto para una recopilación de perfiles sobre escritores malditos de Latinoamérica, que editará la periodista argentina Leila Guerriero. Un libro que será publicado por la editorial de la Universidad Diego Portales.
-Yo escribí sobre Teresa Wilms Montt. Al principio pensé en Stella Díaz Varín porque fue una poeta con una vida tremenda y bien compleja, pero al final me quedé con Teresa porque tiene que ver con una época en que para las mujeres el oficio de escritora resultaba casi imposible y eso se reflejó en su trabajo -dice Alejandra Costamagna, mientras toma un vaso de Coca-Cola y se acomoda en una de las dos sillas que rodean una mesa de comedor apoyada contra una muralla. Esta mesa se encuentra en la entrada al living, que se ilumina con la luz que entra por un balcón protegido con una malla de plástico transparente. También está al costado de una escalera que lleva al segundo piso de su departamento, donde está la biblioteca y el escritorio. En la mesa, que perteneció a su abuela, hay casi ocho libros apilados (casi todos del escritor y poeta chileno Alfonso Alcalde), una bolsa con pastillas de anís, un monedero de cuero, un frasco café de gotas que dicen "Pascual" y una libreta de apuntes con una frase manuscrita con letra rápida.
-No es nada especial. Sólo una frase que tal vez no termine en nada -dice y apoya el brazo sobre la libreta.
EN "ANIMALES Domésticos" aparece el cuento "A las cuatro, a las cinco, a las seis". Es el tercero de esta colección de historias en las que perros, loros, tortugas y, muy recurrentemente, gatos, se deslizan en relatos que según la escritora narran "la falta de comunicación, las distorsiones de las relaciones humanas y lo ridículo que todos algunas veces podemos ser". Pero ese cuento en particular narra la historia de una pareja que llega con su gato herido en una pelea a un hospital público para tratar de que lo curen y terminan cuestionando su relación. Ahí hay un pasaje que dice: "Cuando se emparejaron diez años atrás, ambos transmitían en la misma frecuencia. Hacían listas de razones para no tener un hijo. Dormir ocho horas seguidas. No criar ni malcriar. No esperar aprobaciones ni reprobaciones de la parentela..."
-Eso parece una declaración de principios suya. ¿Es un relato muy personal?
-Uno inevitablemente escribe desde su visión del mundo. Nadie puede ponerse una capa negra y decir estoy escribiendo ficción. Uno siempre parte de algo: de venir del campo o de la ciudad, de ser mujer o ser hombre, de estar soltero o ser separado. Son condicionantes que están ahí y que pesan, pero también todo eso está atravesado por una construcción, una representación que es la literatura. Me cuesta poder ver cuánto hay de mí y cuánto de esa especie de juguera que se produce al escribir. Probablemente lo que parece más evidente no lo es y lo que parece ficción, sí lo es.
-En este cuento, la protagonista es muy similar a usted. Las dos no son madres, las dos tienen un gato, y una larga relación de pareja...
-Creo que esa idea pasa porque se tiene una mirada simplificadora de la escritura de mujeres, porque se esperan ciertos parámetros en los contenidos desarrollados por escritoras. Eso de que las mujeres son más lloronas y que escriben con más sentimentalismo es un estereotipo que le hace muy mal a la igualdad de géneros. Y eso sucede con las preguntas del deber ser de las mujeres con casarse, tener hijos y formar una familia feliz. La idea de la familia compuesta por madre, padre, hijos, nanas y mascotas me parece súper encasilladora, pobre y conservadora. Más allá de que mi opción personal sea no ser madre, creo que tener hijos es súper bonito, pero hay que entender que el no tenerlos no quita ni pone. No tener hijos es otra forma de encarar la vida. Y en el último tiempo, pese a los avances que se había tenido en términos de amplitud de esa mirada con respecto al rol de las mujeres, ahora se ha vuelto para atrás.
-¿Cómo es eso?
-Es que nuevamente en algunos sectores se ha vuelto a hacer presente esa visión de que lo más importante para las mujeres es la maternidad y hacer familia. De hecho, la idea de un ministerio de la mujer y la familia me parece ofensivo, un retroceso enorme en relación a todo lo que se ha logrado en igualdad en la diferencia. La figura de Bachelet, más allá de que haya sido la primera mujer Presidenta de Chile, me conmovía porque era una mujer soltera con sus hijos y no tenía un "primer damo" presente. Ampliaba la idea de que existen otras realidades, que existen otras formas de ser familia que marcan las diferencias: con hijos adoptados, con padres separados, madres solas, sin hijos.
Termina de hablar y toma el vaso de Coca-Cola. Arriba, en su escritorio, un teléfono suena tres veces. La contestadora empieza a funcionar. Se escucha una voz -su propia voz- que dice que se comunicó con su número, que deje un mensaje. Ella escucha y retoma la conversación.
-Me molestan las visiones unívocas. Creo que en Chile es cada vez más reducido el viejo concepto de familia tradicional. Hay que ir con los tiempos, ser más realista, entender que la sociedad está evolucionando.
De repente se queda en silencio. Las micros pasan rápidas a lo lejos.
-Creo que he dicho demasiado -comenta, esboza amable una mueca y bebe otro sorbo de Coca-Cola.
ALEJANDRA Costamagna no puede decir que desde niña escribía cuentos, que inventaba poemas o que se imaginaba historias. Sólo tiene claro que en su casa se leía mucho y que sus padres -una pareja de jóvenes profesionales argentinos, que llegó a Chile en 1967 huyendo de la dictadura- quisieron replicar en sus dos hijas la forma como se educaron al otro lado de la cordillera.
-Querían que la formación de sus dos hijas se pareciera a la que ellos tuvieron. Los dos provenían de familias de clase media y de pueblos pequeños que estaban al interior de la provincia de Buenos Aires, pero tenían un nivel de instrucción y de conocimiento muy amplio. Eso es algo que siempre admiré de su idiosincrasia, de mis raíces argentinas.
El padre creció en Campana -una pequeña ciudad industrial, que se ubica a 75 kilómetros de Buenos Aires-, estudió química en la Universidad de Buenos Aires y siempre ha sido un apasionado lector de literatura. La madre nació en Córdoba, pero creció en Santos Lugares -una localidad en la zona oeste del Gran Buenos Aires, donde vivió Ernesto Sábato hasta su muerte-, estudió estadísticas en la universidad; desde niña toca el piano y también pinta. Los dos se conocieron en la universidad y, un año después que el general Juan Carlos Onganía tomara el poder, decidieron venirse a Chile. Aquí comenzaron a trabajar en universidades y se instalaron en la Villa El Dorado, entre las avenidas Vitacura y Kennedy.
En Chile nacieron Alejandra y su hermana menor.
-A diferencia de mis compañeros de escuela, no teníamos más familia acá. Y nos entreteníamos entre los cuatro. Recuerdo que en mi casa siempre había mucha vida de noche. Mis papás leían, escuchaban música, estudiaban con nosotras. Nos dormíamos tarde, pero siempre esperábamos a que mi mamá nos leyera algo de "Las mil y una noches". Creo que desde esa época empezó mi gusto por trabajar en la noche, y ahí se originó el insomnio que me acompaña desde niña.
Alejandra dice que esas lecturas antes de dormir les encantaban, porque siempre su mamá cortaba la historia en el momento preciso y las dejaba, en suspenso, hasta el otro día.
En los veranos, apenas salían del colegio, sus padres las llevaban a visitar a sus familiares a Argentina. Se iban a la casa de su abuelo en Campana. El viaje lo hacían en la citroneta de su padre, a la que llamaban Pascuala. Durante dos días recorrían un paisaje que partía en la cordillera, seguía con largos tramos de pampa y terminaba en una ciudad surcada por la línea de un tren. Para acortar las horas del largo trayecto, Alejandra y su hermana contaban los perros que se cruzan por la carretera y leían libros como Tom Sawyer o Las Aventuras de Tintín.
En Campana las conocían como las nietas chilenas de Costamagna. Y la pasaban bien. La única vez que tuvieron algo parecido a un problema fue en 1978, cuando Chile y Argentina entraron en conflicto por la zona del Beagle y se hablaba de guerra.
-Con mi hermana fuimos a buscar al colegio a una prima que aún no salía de vacaciones y sus compañeros comenzaron a molestarnos porque éramos chilenas. Se armó una batahola, hasta que de repente uno de los chicos apareció con un palo y me golpeó en la cabeza.
El golpe le significó varios puntos para curar la herida y fue la primera y la única vez que ha vivido la odiosidad entre chilenos y argentinos.
-¿Y nunca se cuestionó sus orígenes argentinos?
-Supongo que alguna vez, cuando niña. Pero fue por corto tiempo. Siempre he tenido claro que mi lugar es Chile. Lo mismo les ha sucedido a mis padres. Ellos se separaron, pero han seguido con sus vidas acá. No tienen intenciones de volver.
Alejandra Costamagna reconoce que la tierra de sus padres, los escritores rioplatenses como Macedonio Fernández, Cortázar y Onetti, los paisajes de los pueblos cercanos a Buenos Aires y su historia familiar han marcado su literatura. Varias de sus novelas se sitúan en lugares que se parecen a los pueblos de sus abuelos y tienen personajes inspirados en ellos. La madre del protagonista de su novela "Dile que no estoy", que deja de hablar, está inspirada en su abuelo materno, quien fue oficial de correos en Argentina y después de jubilar decidió que hablaría lo justo. Nada más.
Tal como ella lo hace varias veces durante esta entrevista.
EL PRIMER acercamiento de Alejandra Costamagna con la escritura fue a través de los diarios de vida que empezó a escribir, intermitentemente, desde los diez años en una libreta con tapas de seda china de color azul. Dice que sólo se trataba de anécdotas, de cosas de niña. Entonces Alejandra quería estudiar zoología. O algo relacionado con las ciencias.
Todo cambió en la adolescencia, cuando se fue a vivir a La Reina y entró al colegio Francisco Miranda. Ahí tuvo un profesor que se llamaba Guillermo Gómez, quien le recomendó leer a Neruda, Mistral, Shakespeare, Chejov y "Crimen y Castigo", de Dostoievski, un libro que hasta hoy marca su escritura. El profesor también fue el responsable de una tarea escolar que ahora recuerda como una suerte de señal de lo que vendría: le encargó una entrevista y ella fue a la casa de su vecino, Nicanor Parra, y le pidió ayuda para su tarea. Alejandra sabía que era poeta, que era hermano de la Violeta de los discos que escuchaba en su casa, y que -como su familia- manejaba una citroneta. Parra y la escolar hablaron de poesía y del insomnio que ambos compartían. Ella le pidió que le hablara despacio para anotarlo en su cuaderno y luego caminaron por el barrio. En el paseo, el antipoeta le aconsejó que hiciera eso mismo todos los días por una hora, porque así viviría cien años.
Después de eso, escribir se convirtió en algo interesante, en algo que le tomaba más tiempo. Entonces aparecieron las libretas -ahora perdidas en el tiempo y los cambios de casa- en las que anotaba ideas sueltas, sus opiniones de libros y posibles historias. La zoología ya estaba en el olvido.
Al terminar el colegio pensó estudiar teatro (lo desechó porque no tenía personalidad para subirse a un escenario) y literatura (pero no se veía haciendo clases). Al final se quedó con periodismo, carrera que ha ejercido intermitentemente. La escritura -que comenzó a ejercitar en los talleres literarios de Guillermo Blanco y Antonio Skármeta- terminó por imponerse.
Desde esa época de aprendiz, Alejandra inició su estrecha relación con las libretas y los papeles de cualquier tipo en los que ha manuscrito pasajes de historias que devinieron en cuentos (o intentos de cuentos que han mutado en novelas), párrafos que quedaron en una línea (o palabras sueltas que han articulado libros), y la mayoría de las veces, notas sueltas que han terminado en nada.
-Las libretas las guardo casi todas -dice antes de subir las escaleras rápido hacia el segundo piso de su departamento. Ahí está su biblioteca. Vuelve con una decena de libretas y las pone sobre la mesa. Tienen tamaños y formas distintas, a muchas le quedan hojas en blanco. Entre ellas también hay dos sobres de carta en los que guarda hojas arrancadas de cuadernos, trozos de papel y servilletas con apuntes.
-Cuando se me vienen ideas necesito escribirlas para no perderlas. Tengo que hacerlo, aunque muchas veces no queden en nada. Es una costumbre. Hubo un tiempo en que hasta ocupaba los boletos de las micros.
-¿Con qué escritoras mujeres chilenas siente afinidad?
-Es que creo que no tengo mucha cercanía con ninguna en la actualidad. Siento más afinidad con autores hombres. Con Alejandro Zambra, porque estamos en el mismo rango generacional. Con Bertoni, que pertenece a otro grupo, también tengo cercanía porque su trabajo es cercano al mío en cuanto a escribir de lo cotidiano, de historias simples, de cosas comunes que tienen un trasfondo más profundo de lo que aparentan.
-Tiene fama de escritora de culto, un público fiel y ha ganado premios internacionales como el Anna Seghers en Alemania, en 2008, al mejor autor latinoamericano del año. ¿No le molesta no tener un éxito masivo, un golpe editorial?
-No, ni siquiera me lo cuestiono. A mí me gusta que mi vida siga siendo normal, que escribir y publicar sea mi felicidad. Que se mantenga mi vida cotidiana, porque a partir de eso escribo. Esa es mi inspiración. Si eso se empezara a distorsionar lo lamentaría. No quiero que mi trabajo se convierta en una carrera por el éxito, tener que responder a una expectativa editorial gigante. No me veo así. Aunque he tenido la suerte de contar con editores que han respetado eso -como Melanie Josh, con quien trabajé mi último libro- y que creen en el valor artístico, en hacer un buen catálogo más que en los éxitos masivos. Eso me gusta porque ayuda a mantener mi tranquilidad, escribir sin presiones y tranquila en mi casa.
-Al parecer pasa muchas horas del día sola.
-Sí, me gusta. Me gusta este silencio medio contaminado por el ruido de los autos, de la ciudad que se mete a lo lejos. Es como estar sola, pero acompañada. Y si necesito hablar, tengo a Pascual, mi gato. Pero me gusta estar en silencio. No hablar demasiado.

MUSICA: "Hable Simone Dinnerstein", por Romina de la Sotta. El Mercurio, 11 de febrero de 2011.

Simone Dinnerstein (1972) lo hizo de nuevo. "Bach: A Strange Beauty", su último cedé, debutó en el N°1 del Billboard de Estados Unidos en su primera semana de ventas.

Lo mismo que había logrado ya con las Variaciones Goldberg de Bach (2007) y con "The Berlin Concert" (2008), ambos de Telarc. Ahora, en cambio, Dinnerstein es una artista de Sony Classical. Pero no teme perder independencia musical con este cambio.

"El director de Sony sabe perfectamente qué tipo de músico soy yo, y este sello me está dando las herramientas para hacer la música que hago", dice desde Brooklyn, vía telefónica.

Ningún tema parece incomodarle. Su voz, casi susurrante, se ve interrumpida por una risa adolescente, una y otra vez. Pero rápidamente se pone seria y en alerta.

"Creo que todos los músicos que tienen algo que decir, escuchan el sonido en sus oídos y lo siguen, no tratan de tocar como todos los demás. Es difícil cuando has estudiado música clásica, y durante años los profesores te han enseñado la tradición, y da un poco de miedo escaparse de eso", continúa.

Si hay algo que la define es que siempre hace las cosas a su manera. Suspendió sus estudios con Peter Serkin en la Juilliard para ir a Europa a aprender de Maria Curcio. Para su debut en el Carnegie Hall, en 2005, eligió una obra que sólo abordan los pianistas maduros: las Variaciones Goldberg de Bach.

El atrevimiento causó revuelo entre los melómanos, pero Dinnerstein estaba decidida: reunió el dinero necesario y produjo ella misma un disco con la serie. El resultado fue tan singular, que un crítico de The Philadelphia Inquirer le envió ese cedé al sello Telarc, el que lo lanzó al mercado. Fue todo un éxito.

Hoy vuelve al compositor barroco, con un disco que ya es fenómeno de ventas: "Bach: A Strange Beauty". "Decidí hacer una combinación de diferentes estilos de la música de Bach. En las piezas que son para piano solo, el piano está imitando el órgano, y también hay Conciertos con orquesta".

-¿Por qué eligió un contrabajo para acompañar a Bach?

"Le agrega mucho color al sonido, y riqueza al bajo. La verdad es que el bajo conduce los Conciertos".

-¿Nunca ha pensado en tocar a Bach en el instrumento para el que las compuso, el clavicordio?

"Es que a mí realmente me gusta el piano. Creo que tiene muchísimos más rangos de sonidos y de tacto que el clavicordio, del que nunca he sido una gran fanática (ríe)".

-¿Cómo ha cambiado su acercamiento a Bach desde 2007?

"Creo haber ganado más libertad. En esta grabación he intentado más cosas, por ejemplo, cambiar el tempo . Además, mi pedaleo se volvió más complicado. Trato de obligarme a seguir los sonidos que oigo en mi cabeza, sin temer el resultado".

-Ha sido muy comentada su forma tan particular de interpretar la música. ¿Qué puede decir al respecto?

"Creo que muchos músicos distintos han influenciado mi aproximación a Bach. Ha sido muy interesante escuchar gran parte de la música coral de Bach, y sus partituras para cuerdas, y después oír cómo los jazzistas tocan a Bach. Tiendo a entender la música en términos de respiración y de canto, fijándome en su expresividad, y no con un pulso metronómico, sino más largo. Creo que muchos músicos tocan Bach con un pulso muy corto, con muchos golpes que mantienen el ritmo. Pienso en el pulso como si fuera un compás. O cuatro compases... (ríe). Eso cambia el sentido del ritmo".

El 14 de junio, Dinnerstein actuará en el Ciclo de Grandes Pianistas del Teatro Municipal. "Será mi debut en Chile como pianista sola; ya fui una vez acompañando a un violinista", dice. Su programa incluirá obras de Bach, y también podría haber una pieza de Schumann o Schubert. Pero no quiere adelantarse: "Dejémoslo como una sorpresa".

MUSICA: "Simone Dinnerstein en Santiago", por Juan Pablo Illanes. El Mercurio, 16 de junio de 2011.

Simone Dinnerstein ha tenido una carrera excepcional entre las intérpretes de piano de la nueva generación. Se disparó a la fama en Estados Unidos en 2007 después de grabar las Variaciones Goldberg, de Bach, sin haber ganado un concurso, ni siquiera haber completado sus estudios de piano. A mi juicio, bastaron los primeros cinco minutos de esa grabación, con la lentísima y bellísima presentación del aria, para asegurar su impacto. Respecto de las variaciones hay mucho por discutir, pero el sello original, serio, elegante y bello, ya queda estampado en los primeros compases.
El Teatro Municipal ha permitido que el público de Santiago la conozca en esta etapa en que su nombre comienza a recorrer el mundo. Su recital estuvo dedicado por entero a Bach. Luego de tres corales en arreglos de Busoni, Kempf y Myra Hess, interpretó la Partita No. 2 y se pudo apreciar a una artista de aspecto sereno, abstraída en su música, aunque no completamente inmune a un público ruidoso. Su ejecución es cálida, con amplio predominio de un legato que contrasta con el staccato al cual nos ha acostumbrado el modelo de Glenn Gould. Sus tempi suelen ser más bien extremos, especialmente los lentos, que despliega con cuidada delicadeza.
En la segunda parte, con dos suites, Inglesa No. 3 y Francesa No. 5, se confirma una intérprete seria y concentrada, pero a ratos quizá demasiado seria. Algunas cosas resultan un poco chocantes, como los golpes pesados con que abre el Loure de la Suite Francesa. El público aplaudió con entusiasmo y la pianista ofreció en el encore su particular versión del Aria de las Variaciones Goldberg, que fue como poner su firma al final del mensaje. Por su repertorio y su estilo, parece probable que tenga una gran carrera artística, aunque seguramente expuesta a controversias. Un acierto de la temporada de Grandes Pianistas a la que el público sigue respondiendo con entusiasmo.

miércoles, 15 de junio de 2011

CULTURA: "Golondrina, no soy de aquí", por Cristián Warnken". El Mercurio, 9 de junio de 2011.

Una golondrina revolotea en un cielo que se despeja suavemente, mientras cae la tarde. Estoy en otro hemisferio, a otra hora. Allá será un zorzal o un colibrí el que se prepara a levantar las cortinas del día en mi jardín. ¿Se acordarán de mí esos pájaros ingratos?
Son buenas compañeras las golondrinas de Europa. Hubo una que se hizo célebre, por el cuento "El príncipe feliz" de Oscar Wilde: ganó fama de generosa por repartir los ojos y los rubíes de la misericordiosa estatua a los niños de una ciudad del norte. Hay un capítulo memorable y delicado de las "Memorias de ultratumba" de Chateaubriand, en que este descendiente de la nobleza derrotada en la revolución conversa con una golondrina que se posa en la ventana de su pieza en una posada en la que hace un alto en uno de sus tantos viajes. Chateaubriand conversa amenamente con ella, como suelen conversar los jubilados con las palomas en las plazas de provincia. Es conmovedor que el que conociera personalmente al rey de Francia, cercano y después enemigo de Napoleón, senador, memorialista y político célebre, le hiciera las preguntas finales de su propio crepúsculo (y el de su época) a una golondrina.
Talvez los que toman las grandes decisiones en el mundo debieran darse un tiempo para hacerles preguntas a las golondrinas. Eso ocurre, lamentablemente, cuando ya es tarde. Los acontecimientos de la historia son cambiantes y caprichosos, tanto como las formas de las nubes en el cielo. Todos debiéramos tener una golondrina cerca en el momento preciso para que ellas nos digan -sabias como deben ser las aves migratorias- cómo capear las estaciones más frías y tormentosas. Siempre hay un invierno o un otoño reservados para cada uno de nosotros, que llega antes de lo que esperábamos. Es entonces cuando tienen algo que decir estas golondrinas nerviosas y juguetonas. Estoy seguro de que ellas saben más que los expertos y consultores que andan por el mundo tratando de predecirlo y explicarlo todo, con brújulas desorientadas en un mundo cada vez más inesperado y sorpresivo.
Cae la tarde en Pollestres, un pueblo casi fantasmal de pocos residentes (o residentes muy recatados y secretos) del Rosellón del sureste de Francia. Pollestres no aparece en la guía Michelin de Francia que siempre llevo conmigo, y no sé si aparecerá en Wikipedia. Hay una iglesia del siglo XII restaurada, a dos cuadras de la casa donde nos alojamos. Los nombres de las calles están escritos en dos lenguas, catalán y francés. Hay un café de nombre " Midi ": en todos los pueblos de Francia del sur hay dos lugares sagrados: los cafés y las iglesias. Cuando le pregunto a la mujer que nos atiende desde cuándo existe ese café, me dice: " Depuis toujours " ("Desde siempre").
Talvez sólo en Europa sea posible decir todavía "siempre". Nosotros, que nacimos en un continente descubierto por azar, sabemos que el toujours es una quimera. Talvez por eso demolemos todo lo que huela a pasado.
En Chile no hay golondrinas, pero las amo. Como los cipreses y la luz de aquí. Y las piedras de los castillos, las mismas que algún día ardieron consumidas por el fuego y la sangre, en los siglos de las cruzadas que desde aquí a más al norte recorrieron pueblo a pueblo llevando a las hogueras a los cátaros, los herejes de entonces. Amo toda herejía que limpie el cielo cuando éste se cierra.
Amo este cielo, pero no soy de aquí. ¿Estará ya brillando la estrella de la mañana en mi lejano país? Cómo me gustaría juntar ese lucero del sur con esta golondrina del norte que revolotea sobre mi cabeza. Que pudieran hablarse y decirse cosas. Como amigas de la misma nostalgia y de la misma promesa: la promesa de que algún día por fin seremos. Cuando las dos mitades, los dos hemisferios, los del ayer y del mañana, por fin se junten. Y que cuando anochezca, también amanezca.

POLÍTICA: "Cadetes, nuevos objetos del odio", por Gonzalo Rojas. El Mercurio, 25 de mayo de 2011.

Es el odio, que no pasa. Es el odio, que parece quedarse y crecer en nuestro Chile.
Por Gonzalo Rojas Van dentro de la fila, en orden, pacíficos, mostrando a todos su condición, felices de servir, contentos porque, junto a sus compañeros, le recuerdan a Chile entero que existen las tradiciones y los compromisos, que no han sido olvidados en el país ni el heroísmo ni los rutinarios sacrificios.

De pronto, ven que el cadete de al lado y también el del frente caen de bruces. Han gritado de dolor los heridos, mientras a varios otros se les escapa también un clamor de sorpresa. Y ni siquiera pueden defenderse. ¿Qué está pasando?

Es el odio, que no pasa. Es el odio, que parece quedarse y crecer en nuestro Chile.

Siempre por la espalda, siempre a las pedradas, siempre contra los que se arriesgan por su coherencia, siempre desde la seguridad del que puede después hacerse la víctima de la represión.

Los cadetes de la Escuela Naval han quedado incorporados al grupo de los numerosos objetos del odio en Chile. Un 21 de Mayo, justamente cuando correspondía que todos les manifestaran admiración y gratitud, apoyo y ánimo, comenzaron a compartir la triste condición de tantos otros que ya han sufrido antes el odioso sectarismo. Niebla mortífera, lo llamó Gonzalo Vial.

Porque son odiados los políticos que promueven la vida y la familia. En vez de argumentarles, se les espeta que sólo defienden sus posturas porque han tenido una vida exitosa en esos planos, que quieren imponer convicciones minoritarias, que son insensibles para el dolor ajeno. Fundamentalistas, integristas...

Porque son odiados los partidarios de la reconstrucción de Chile que condujera el Presidente Pinochet, hagan los matices que hagan sobre el tratamiento de los subversivos de izquierda en esos años. Y, muy especialmente, son odiados todos los que participaron en ese gobierno, que se inició con 75 por ciento del apoyo popular y mantuvo el 43 por ciento hasta sus días finales. Dictadores, criminales...

Porque son odiados los eclesiásticos que recuerdan la existencia de un Dios tan bondadoso como exigente, tan Padre como Hermano mayor. Sobre esas recias personalidades eclesiales recae la hiriente descalificación. Inquisidores, dogmáticos...

Porque son odiados los empresarios que generan empleo y ganan dinero. Mucho antes de analizar su comportamiento concreto respecto de la justicia social, ya han sido enjuiciados y descalificados. Chupasangres, explotadores...

Porque son odiadas las fuerzas policiales a las que, por mandato jurídico y por prudencia política, les corresponde el control del orden público y el resguardo de la paz ciudadana. Asesinos, represores...

Porque son odiados los intelectuales que -con dependencia de la verdad razonable y con independencia de todos los poderes- se atreven a mostrar la mediocridad y la inconsecuencia, argumentando sin odio, pero sacando las necesarias ronchas después de quitar las costras de la hipocresía. Apitutados, soberbios...

Porque son odiados los profesores que intentan mantener la disciplina escolar básica, seguros de que gran parte de su trabajo consiste en formar caracteres, para que, al explicar las materias, esos contenidos sean aprovechables por voluntades firmes. Insensibles, autoritarios...

El instrumento del odio es siempre una piedra, aunque a veces se disfrace de palabra. No hay oración discursiva, dialogante, abierta al otro: el sujeto, el verbo y el predicado están ausentes. Basta con una simple interjección con apariencia de sustantivo; el odio es verbalmente minimalista, se contenta con poco.

A veces, las piedras vienen del manifestante callejero; otras del escritor de posteos; no faltan en los patios universitarios. Duras, hirientes, inertes.

Piedras, las piedras del odio.

CIENCIA: "La genialidad no residiría en las neuronas", por Sebastián Urbina. El Mercurio, 14 de junio de 2011.

Científicos investigan un verdadero cerebro paralelo, con su propio sistema de comunicación, el cual influye en la eficiencia con que trabajan las redes neuronales.

Se trata de un cerebro paralelo. Una especie de poder en la sombra que tiene la facultad de potenciar o atenuar las capacidades intelectuales de cada cual. Una potente red de células que finalmente domina los circuitos neuronales y cuya importancia se empezó a vislumbrar en la década de 1980.
En ese tiempo, la profesora de la U. de Berkeley Marian Diamond se consiguió algunas muestras del cerebro del físico Albert Eisntein, las que comparó con las de otros 11 hombres corrientes. A esta investigadora le llamó la atención que en el genial Einstein las llamadas células de la glía -consideradas como un simple cemento que mantiene unidos los circuitos neuronales- duplicaban en número a las que tiene una persona promedio.
A pesar de las críticas que recibió el estudio de Diamond, fue el primero que hizo sospechar que la glía, que representa el 85% de las células nerviosas del cerebro, era mucho más que un pegamento para mantener unidas a las neuronas, que son sólo el 15% restante de estas células.
Hubo que esperar hasta los años 90 para comprobar que las células de la glía se comunican a través del calcio que intercambian entre ellas. De esta forma pueden fortalecer o debilitar las conexiones sinápticas de las neuronas, así como controlar la velocidad del impulso nervioso. Y son justamente estos factores los que harían la diferencia entre una persona promedio y alguien genial, quien con su mirada particular logra cambiar el mundo, sin vuelta atrás.
Para el doctor Francisco Aboitiz, director del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la U. Católica, aunque estamos ante datos que son "llamativos y de interés, faltan estudios en que participen más genios, algo que es difícil, porque son casos esporádicos y que duran poco". Este académico destaca, por ejemplo, que "Einstein publicó toda su teoría en sólo un año, y en el caso del matemático John Nash -personificado por Russell Crowe en la película 'A beautiful mind'- tuvo sólo una idea brillante en su vida".
El otro cerebro
Para el investigador de los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU., Douglas Fields, autor del libro "The other brain", estos hallazgos "nos han llevado a revisar cómo trabaja el cerebro".
En su opinión, las neuronas ganaron protagonismo porque eran más fáciles de estudiar, ya que se puede registrar su actividad eléctrica. La glía, en cambio, empezó a estudiarse con más detalle hace poco más de una década.
Pero también hay diferencias estructurales en el cerebro de un genio, según explica Rex Jung, neurocientista de la U. de Nuevo México. En sus estudios ha descubierto que las personas geniales tienen menos cantidad de tejido cerebral, en especial en la corteza frontal. Se trata de un área ejecutiva que evalúa las situaciones y frena las respuestas impulsivas. Al tener menos tejido en esa zona, se produciría una desinhibición que le permite a la persona genial relacionar ideas y conceptos que parecen completamente desconectados. Esto les sucede en menor escala a muchas personas en la mañana, cuando están soñolientas y con su corteza frontal menos activa. Es el momento de las grandes ideas.
Son estas mismas áreas las afectadas en problemas de salud mental, como la esquizofrenia o el trastorno bipolar, algo que confirma la asociación que existe entre genialidad y enfermedad mental.
El psicólogo de la U. de California, en Davis, Dean Keith Simonton, explica a "El Mercurio" que el ambiente también es esencial para la expresión de un genio. "Involucra varios niveles, como el respaldo familiar, la experiencia educacional y las personas que le han servido de modelo en su vida", dice. Esta es la razón de que los genios sean escasos, ya que es difícil que todos estos factores se sintonicen para que la creatividad de estas personas se exprese al máximo.
Simonton llama la atención de que la genialidad "puede surgir tarde en la vida, como es el caso de algunos filósofos".
De hecho, el cerebro no termina de madurar hasta bien entrados los 20 años, mientras que la sustancia blanca -los cables de las neuronas que transportan el impulso nervioso- sigue madurando hasta pasados los 40 años. Un estudio publicado en 2009 demostró que cuando a personas mayores se les enseña malabarismo y se ejercitan a diario, presentan cambios notorios en la sustancia blanca.
Para el doctor Aboitiz no hay recetas mágicas para la genialidad. "Hay que mantener el equilibrio con los niños. Darles lo que necesitan, para que así ellos desarrollen el potencial que tienen", concluye.

POLÍTICA: "Y todo, ¿para qué?", por Gonzalo Rojas. El Mercurio, 15 de junio de 2011.

Si la directiva de la UDI tenía o no atribuciones para reemplazar a varios de sus integrantes, sin mediar una nueva elección, ese no es el problema.
Si Juan Antonio Coloma debía o no renunciar junto con quienes lo acompañaron en su última candidatura, ya que su mandato presidencial habría sido sobrepasado por una maniobra audaz, ese no es el problema.
Si las generaciones jóvenes de la UDI, representadas en parte por los miembros de la directiva que han debido abandonarla, deben llegar o no a la conclusión de que su acceso a la conducción del partido sigue clausurado, ese no es el problema.
Si Pablo Longueira ha decidido finalmente ocupar desde la derecha el vacío que Enríquez-Ominami ha dejado desde la izquierda, es decir, un liderazgo en sintonía con la calle, ese no es el problema.
Si la UDI como partido, si la Coalición como alianza de gobierno, si la Presidencia de la República y todos los organismos dependientes comunican bien o mal, ese no es el problema.
Pero, incluso, ¿es que hay un problema? Por cierto, y de gran magnitud, como para que la UDI haga un cambio rotundo de directiva; Coloma se quede responsablemente al frente cuando parece haber sido dejado de lado; los jóvenes casi no aleguen, a pesar de su evidente desplazamiento; Longueira hable ya dos sábados consecutivos por más de tres horas en cada ocasión y en tonos apocalípticos; el Presidente Piñera se allane a discutir mano a mano con sus partidarios más críticos.
Hay un problema, pero no tiene que ver ni con mesas directivas, ni con jóvenes, ni con comunicación, ni con largas y proféticas peroratas, ni con diálogos de recriminaciones cruzadas. Es el más grave y terrible de los problemas, y mientras no se lo reconozca, no habrá búsqueda de soluciones. Es, simplemente, este: ¿Para qué gobernar?
Sentido, proyecto, finalidad: eso es lo que falta. ¿Relato? ¿Y cómo se va a contar, cómo se va a relatar a los demás aquello que no está claro, unitariamente claro, ni siquiera en la mente de quienes escriben el día a día de esta novela llamada Gobierno?
Decenas de veces se oyó reconocer a quienes asumían el Ejecutivo el año pasado, en pasillos y matrimonios, tomándose un café o en el metro, que... no estaban preparados para gobernar. Esa confesión, hecha por personas notables por su afán de servicio y por sus sacrificios personales, tampoco apuntaba al fondo. Se referían a que quizás todo había sido muy apurado, hablaban de falta de pulcritud en la así llamada "instalación", pero carecían de conciencia profunda sobre algo más decisivo: la intención. Muchos de los nuevos administradores simplemente no estaban preparados para asumir sus tareas, porque no conocían el para qué de sus labores. Y ahora, 15 meses después, el problema sigue siendo ese para qué.
Porque las mentes tecnocráticas, las cabezas instrumentalistas, no se hacen cargo a fondo del sentido, de la finalidad. Da lo mismo que sean ingenieros o sociólogos, abogados o economistas: donde no hay mirada finalista, sólo puede haber medición por las encuestas o control por los expertos. Las decisiones energéticas se toman entonces de modo errático; las modificaciones educacionales son apenas instrumentales; los proyectos de uniones irregulares apuntan a beneficiar el defecto; las reformas políticas se parchan en beneficio de los intereses electorales...
En buena hora, entonces, la crisis de estos días, porque servirá para formularse las preguntas intermedias: ¿Para qué se reorganiza la UDI? ¿Para qué se pone nerviosa la Coalición? ¿Para qué se reactiva el Presidente?
Paradójicamente, la respuesta sólo puede venir desde fuera de los partidos, desde fuera del Gobierno, desde fuera de la política.