lunes, 28 de marzo de 2011

CULTURA: "Un lector se hace", por Consuelo Montoya. El Mercurio, 28 de marzo de 2011.

Las cifras del último estudio publicado por la Fundación La Fuente-Adimark, en noviembre de 2010, reconfirman que en nuestro país existen escasos hábitos de lectura: según esta encuesta, el 52,8 por ciento de los chilenos se declara "no lector", y "la lectura sigue siendo una actividad que no motiva y para la cual no se encuentra tiempo".
Para revertir en parte esta tendencia, el Gobierno cuenta desde 2007 con un Plan de Fomento a la Lectura, radicado en el Consejo Nacional del Libro y la Lectura, que se apoya en una serie de políticas, proyectos educacionales y acciones desarrolladas por la empresa privada y la sociedad civil. Su objetivo principal es "construir un país de lectores, asegurando la democratización en el acceso a todo tipo de formatos de lectura, valorando y fortaleciendo al libro como factor relevante de competencia para el mundo laboral, como signo de identidad, como un factor de felicidad y calidad de vida, y como factor de inclusión social y democratización".
¿Qué responsabilidad les cabe a los padres en formar hábitos que promuevan la lectura en sus hijos? Con pequeñas acciones desarrolladas desde muy temprana edad se puede hacer que los niños descubran el maravilloso mundo de los libros y aprendan a amarlos.
Según los expertos, en primer lugar, no es necesario esperar que un niño lea para que tenga contacto con los libros. Los hay para todas las edades: sólo con imágenes, interactivos, con sonidos, con texturas y los famosos "busca y encuentra" que comienzan a interiorizarlos en este universo. Es fundamental demostrarles que los libros son entretenidos y que pueden ayudarlos a saciar su necesidad de conocer y explorar. Así aumentan su imaginación y creatividad y encuentran herramientas para desarrollar sus habilidades.
Luego, tratar de que, al igual que juguetes, los libros estén presentes en el día a día de los niños y permitirles que los manipulen como tales. Asimismo, seguir sus intereses es fundamental para que disfruten de la lectura. No se deben limitar sus gustos: que lean lo que les interesa, sea lo que sea.
Otra manera de estrechar la relación con la lectura es contarles historias y, sobre todo, predicar con el ejemplo. Si los niños ven a sus padres leer, tenderán a imitarlos.
Éstos son algunos de los caminos que llevan a que los niños adquieran un hábito que les permitirá ser buenos lectores y, de paso, adquirir valores y desarrollar su inteligencia. Si conseguimos despertar el interés por los libros desde los primeros meses, aseguramos que este hábito se desarrolle y permanezca en la vida, logrando enriquecernos culturalmente como país. Como dijo Vargas Llosa: "Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos; más conformistas, menos inquietos, y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría".

jueves, 17 de marzo de 2011

LECTURA: "Un Jesús más nítido, real y asombroso". Comentario de José Miguel Ibáñez Langlois. El Mercurio, 13 de marzo de 2011.

La aparición de la segunda parte de la obra Jesús de Nazaret, de Benedicto XVI, ha generado expectativas en el mundo cristiano. En este volumen se aborda la vida de Jesús a partir de su entrada en Jerusalén hasta su muerte y resurrección.

El éxito editorial de Jesús de Nazaret en 2007 fue asombroso: que un largo y denso libro de teología haya durado tanto tiempo entre los más vendidos del mundo muestra dos cosas: el gran interés masivo que, a pesar de los pesares, despierta la figura de Cristo, y el gozo que produce en el lector el estilo de pensamiento y lenguaje de Joseph Ratzinger. Con esta segunda parte de la misma obra es del todo previsible que ocurra idéntico fenómeno editorial: el lector encontrará al autor no menos lúcido y penetrante que cuatro años atrás.
Método y fin del libro
Jesús de Nazaret no pertenece al género que llamamos "Vida de Cristo", si bien este segundo volumen sigue más linealmente el orden cronológico de los sucesos, desde su entrada triunfal en Jerusalén hasta su resurrección gloriosa, pasando por su discurso sobre el fin de los tiempos, el lavado de los pies de sus discípulos en la última cena, su extensa "oración sacerdotal", la institución de la Eucaristía, la agonía del huerto, el proceso que lo condena, y su crucifixión y sepultura. Pero, más que un relato, lo que el autor presenta en estas casi cuatrocientas páginas es una brillante y detallada exégesis, una hermenéutica o interpretación bíblica del Nuevo y del Antiguo Testamento -unidos los dos en forma indisoluble-, con el fin de despejar la figura histórica de Cristo, y de ofrecer su rostro inefable a nuestra mirada, a nuestros oídos y -ojalá- a la comunión amorosa con su persona como maravillados discípulos suyos.
Esta lectura de cada pasaje de los evangelios se apoya en una serie de paralelos y antecedentes bíblicos que a nosotros, a diferencia de los judíos, nos dicen poco y nada, pero que terminan por iluminar en forma inesperada la identidad profunda de Jesús. Un ejemplo: poco antes de padecer, Cristo, montado en un borrico, entra de modo triunfal en Jerusalén, donde es aclamado por las multitudes. ¿Qué significa este borrico? Parecería que rastrear -como hace el autor- la figura del asno a lo largo de la historia sagrada es una erudición inútil; pero si entendemos que Jesús, al tomar por cuenta propia esa cabalgadura, reivindica para sí el antiguo derecho del rey a requisar los medios de transporte, o que cumple así el antiguo oráculo de Zacarías ("Hija de Sión, mira a tu rey que viene a ti, humilde, montado en un borrico hijo de asna"); y si igual rastreo se practica con el acto de echar los mantos sobre el animal, con los ramos que lo festejan, con la palabra "hossana" y las demás que el pueblo usa para bendecirlo, entonces entendemos mejor la realeza de Jesús hijo de David y las profecías que en él se hacen verdad, y el resultado de tantas vueltas es un cuadro vivo, pleno de significación, que asombra incluso al creyente familiarizado con los evangelios y con la liturgia de ramos, y le aporta luces nuevas para comprender mejor lo que ya daba por sabido.
La misma interpretación se practica con otros pasajes del evangelio: se los mira al trasluz del Antiguo Testamento y del resto del Nuevo; se los contextualiza y se les arrancan dimensiones fascinantes. Lo que nos parecía mera anécdota el texto bíblico se nos convierte en luz y misterio, misterio y luz. Es notable ver cómo de la erudición el autor hace brotar vida a raudales, y penetrando en lo más arcaico ilumina nuestra actualidad y los desafíos de nuestro porvenir.
Pasión, muerte y resurrección
Omitiré muchos de estos comentarios del evangelio para centrarme en la pasión de Cristo. De su oración en Getsemaní afirma Ratzinger: "Jesús ha experimentado aquí la última soledad, toda la tribulación del ser hombre. Aquí el abismo del pecado y del mal le ha llegado hasta el fondo del alma". Y luego distingue en este momento dos dimensiones: por una parte "la experiencia primordial del miedo, el estremecimiento ante el poder de la muerte, el pavor frente al abismo de la nada", que le hacen temblar y transpirar gotas de sangre. Pero también se atisba en el episodio un misterio más profundo y, a decir verdad, insondable: "el estremecimiento particular de quien es la Vida misma ante el abismo del pecado, que ahora se abate directamente sobre él, más aun, lo debe acoger dentro de sí hasta el punto de llegar a ser él mismo "hecho pecado" (2 Cor 5, 21)." Nuestro exégeta y teólogo no era hombre para rendirse a las convenciones y rodear como desde fuera el dolor redentor de Cristo: lo abordó en su núcleo más inaudito y misterioso, es decir, en el acto de generosidad infinita por el cual Jesús acepta mancharse con todos los pecados del mundo como si los hubiera cometido él mismo.
A propósito de la democracia liberal en clave relativista, el cardenal Ratzinger había glosado ya hace años el proceso de Jesús ante Pilato, la referencia de Jesús a la verdad, y la pregunta escéptica del romano: "¿Y qué es la verdad?" (Jn 18, 38). Hoy vuelve sobre ese problema candente: ¿puede la política abrirse a la verdad, o debe renunciar a ella como una dimensión inaccesible de cada subjetividad, y limitarse a buscar un poco de justicia con los instrumentos que tiene a su alcance? Pero en este caso, si la verdad no cuenta, ¿qué justicia será posible? ¿No terminará siendo la política una mera forma de lucha por el poder? La pregunta queda abierta en estas líneas, pero a la luz de la condena a muerte de Jesús por Pilato se sugiere ya la idea de Benedicto XVI sobre la relación entre Estado y verdad.
Es hermosa la interpretación que se nos ofrece más adelante acerca del velo del templo que se rasga de arriba abajo en el momento mismo de la muerte de Jesús. Por una parte, quedan así obsoletos todos los antiguos ritos, incapaces ya de salvar; pero por otra, el velo rasgado significa que se ha abierto el acceso a Dios, cuyo rostro se manifiesta en el crucificado.
Y, por último, la resurrección de entre los muertos. Si Jesús no resucitó, sería sólo una personalidad religiosa fallida, quizá muy interesante, pero no salvadora. De su resurrección, dice Ratzinger, depende este punto decisivo: que Jesús sólo haya existido, o que exista hoy. Pues no se trata del retorno de un cadáver a la vida (a la manera de Lázaro), sino de un salto cualitativo para la humanidad y para el universo: es una nueva posibilidad de ser hombre, un novísimo futuro para el ser humano. Es la última palabra de la fe cristiana; es, en definitiva, nuestra única esperanza.
Corresponde al lector hacer su decisión más profunda sobre este hombre indeciblemente humano, admirable como ningún otro, digno del mayor crédito, que dijo ser el camino, la verdad y la vida, y eso porque también dijo ser uno solo con Dios. La lectura de este libro puede ayudar a quien vacila, y al creyente le puede proporcionar una imagen de Jesús más nítida, más real, más asombrosa de cuanto pudo imaginar.


CULTURA: "Fukushima y tú", por Cristián Warnken. El Mercurio, 17 de marzo de 2011.

La espera hora a hora de las últimas informaciones que vamos recibiendo sobre el manejo de la dramática crisis en la central nuclear de Fukushima me hizo recordar una escena de "El sacrificio", testamento fílmico de ese cineasta-profeta ruso que fue Andrei Tarkovski. Alexander, un profesor y crítico de arte que acaba de jubilar y se retira a su casa construida con el esfuerzo de años, escucha por la radio alarmantes informaciones sobre un inminente conflicto nuclear entre las entonces superpotencias mundiales. La bomba atómica puede ser lanzada en cualquier momento, y el mundo desaparecer. Con desesperación, Alexander se arrodilla y reza, pidiéndole a Dios que salve al mundo, y a cambio se compromete a dos grandes sacrificios: enmudecer, no hablar nunca más y entregar todo lo que tiene si el planeta se salva. La crisis nuclear es superada y el mismo Alexander, ante el estupor de sus amigos y familia, procede -como en una suerte de ritual sagrado- a incendiar su propia casa, cumpliendo lo que había prometido a su Creador. ¿Es una locura lo que hizo Alexander y por eso merecería ser encerrado en un manicomio, o es un supremo acto de sacrificio que lo redime y nos salva a todos?
Tarkovski fue muy crítico de la civilización occidental, de su materialismo devastador: "Hemos creado una civilización que amenaza destruir a toda la humanidad. Ante esta catástrofe global, me planteo la única cuestión que me parece importante en sus principios: la pregunta por la responsabilidad personal del hombre. La pregunta por su capacidad de sacrificio interior, sin la que cualquier pregunta por lo espiritual resulta superflua".
"El sacrificio" fue filmada en 1986, en plena Guerra Fría. Han pasado más de 25 años, cayó el Muro de Berlín, se desmoronó el sistema soviético (el mismo que condenó a Tarkovski al exilio), cambió el "orden mundial", pero el diagnóstico de Tarkovski sigue vigente y actual. En 25 años la tecnología ha hecho avances espectaculares, la ciencia ha cruzado fronteras impensadas, pero ¿ha habido un desarrollo de la conciencia humana de la misma magnitud que ese formidable desarrollo material?
¿Qué han producido Europa o Estados Unidos en el ámbito estético o espiritual que se acerque a la magnitud proteica de los reactores nucleares? ¿Al servicio de qué ha sido puesta la inteligencia humana? ¿Han logrado la ciencia y los científicos una independencia de los intereses económicos o políticos tal que permita que uno pueda creer -en crisis como la que hoy vive Japón- los juicios tranquilizadores de algunos de ellos?
Esto se ve agravado por la habitual práctica de la clase política japonesa de ocultar información a la población, porque en la cultura nipona decir la verdad públicamente puede ser descortés. El contraste entre el civismo y estoicismo ejemplares del pueblo japonés y la falta de verdad y transparencia de su élite es revelador de una situación que tiende a darse, en distintas formas, en todo el planeta. Si la integridad ética alcanzara el mismo nivel de la avidez desbocada y del afán de poder que hoy campean en el mundo, podríamos dormir tranquilos. Lamentablemente, la vara moral ha llegado a su nivel más bajo, mientras los índices de radiación de Fukushima aumentan en forma alarmante. Todos somos responsables: hemos confiado cada vez más nuestras vidas a la tecnología, a las cosas, y delegado nuestra intransferible responsabilidad personal a los intermediarios de toda especie -políticos, expertos, etcétera.
El mundo está cada vez más afuera y cada vez menos adentro, en el corazón del hombre, que es donde se juega finalmente todo. Y ahí están los resultados: en este momento estamos condenados a ser los espectadores voyeristas de un Chernobyl en cámara lenta. ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar -como Alexander, el personaje de Tarkovski- antes de que sea demasiado tarde?

CULTURA: "La reacción nipona frente a la catástrofe". El Mercurio, 17 de marzo de 2011.

La tranquilidad que muestran los japoneses tiene bases milenariasEl respeto hacia los otros, dar el máximo esfuerzo siempre y no temer a la adversidad les ayuda a enfrentar ésta y otras crisis.

B. Villa y Y. Kiessling
Las imágenes del terremoto y maremoto en Japón no sólo han llamado la atención por la magnitud del daño, sino también por el estoicismo que ha mostrado su pueblo luego de la tragedia.
A diferencia de Chile y otros países que han vivido catástrofes similares, los nipones han sido capaces de mantener la calma y sobreponerse al terror que vivieron.
Esta tranquilidad tiene su base en factores culturales y sociales que han determinado la idiosincrasia japonesa y que datan de hace más de dos mil años.
Son regidos por ciertos preceptos que les enseñan desde niños y que los obligan a comportarse de la manera correcta. Uno de ellos es el "Gaman", que tiene que ver con la capacidad de sobrellevar con paciencia y dignidad lo que parece insoportable.
Como complemento de lo anterior está el "Gambaru" o la necesidad de hacer el mejor esfuerzo. "Su sociedad se basa en esos dos conceptos, romper la adversidad y dar el mejor esfuerzo. Y esto se les enseña en todo contexto: escuela, trabajo, deportes, etc., y permea a toda la sociedad", explica Luis Díaz, presidente de la asociación de ex becarios en Japón.
Esto mismo también explica otra conducta de los nipones: pese a la magnitud del desastre, la pérdida de bienes materiales y la falta de alimentos, no se han producido robos ni saqueos. Un cuadro impensable en esta cultura, donde la empatía siempre estará por sobre cualquier necesidad, debido al gran respeto que sienten por el otro.
"El japonés le da un inmenso valor a lo comunitario, pero también un gigantesco respeto a la individualidad. Confían en que la ayuda va a llegar porque hay alguien que está trabajando para eso y no se va a olvidar de ellos", explica Sergio Carrasco, historiador de la Universidad de Chile.
Por este mismo respeto hacia el prójimo es que evitan llorar en público. Según la creencia japonesa, expresar sus sentimientos de dolor o llanto puede atraer energías negativas que van a afectar a sus cercanos y ofender a sus ancestros, en una cultura que es muy preocupada por la tradición.

viernes, 11 de marzo de 2011

LECTURA: "Tokio blues", de Haruki Murakami.

Toru Watanabe revive, a raíz de la escucha de un tema de Los Beatles, su historia amorosa con Naoko, una joven con quien compartió en su adolescencia la amistad de un chico que decidiera terminar con su vida. Se trata de una relación destinada al imposible, pues ella no logrará superar el recuerdo de esa muerte como tampoco la de su propia hermana, en igualdad de condiciones. Por su parte, Watanabe promete esperarla en exclusividad, cerrándose por mucho tiempo a otros amores posibles, principalmente el de Midori, una muchacha que le quiere y le ayuda.
Luego de leer éste (1987) y también "Al sur de la frontera, al oeste del sol" (1992), me queda la sensación de que el segundo está mejor logrado. Lo que más me gusta de este autor son sus reminiscencias, su capacidad para dibujar y sumergir en atmósferas, sus amores ambiguos pero arraigados en el corazón humano. No me gusta su excesiva recurrencia y descripción del sexo, aunque en ellas retrata a una juventud sin horizonte, que se debate entre un efímero sentido de la vida y la propia muerte. No sé si lea otro libro del mismo autor, creo que no es tan recomendable como pensé en un principio.

RELIGIÓN: "¿Por qué el Papa escribe sobre Jesús?", por P. Samuel Fernández.

¿Por qué el Papa escribe sobre Jesús? Esta pregunta podría parecer superflua, pero a la luz de la distancia que se advierte entre Jesús y la Iglesia no deja de ser significativo que precisamente quien está a la cabeza de la institución eclesial haga tantos esfuerzos para que muchos hombres y mujeres de hoy «se encuentren con Jesús». Pues promover ese encuentro es el propósito de la segunda parte del libro Jesús de Nazaret , de Joseph Ratzinger - Benedicto XVI, que ayer fue presentado en Roma, en alemán, español, francés, inglés, portugués, polaco e italiano, y que promete tener un impacto mundial.
El Papa escribe este libro porque está convencido de que Jesús no es una amenaza para la Iglesia, sino su fundamento y su salvación. No se trata de alguien que desde fuera se vale de Jesús para atacar a la Iglesia; por el contrario, es el propio obispo de Roma que no busca acallar, sino difundir y mostrar a Jesús con la máxima frescura a partir de los evangelios. Es cierto que, con todas sus ambigüedades, la comunidad cristiana también oculta a Jesús: tal como nuestro rostro, que revela y a la vez oculta lo que está detrás de nuestra expresión, así también la Iglesia peregrina siempre será inadecuada y a la vez necesaria para transmitir a Jesús, porque por medio de ella, parcial y limitadamente, Jesús en el Espíritu permanece presente en el mundo. Por eso el Papa ha escrito este libro, porque Jesús renueva, critica, purifica y fortalece a la Iglesia. En tiempos turbulentos, Benedicto XVI vuelve a presentar a Jesús, que impulsa la siempre necesaria renovación de la Iglesia.
La necesidad de la Iglesia se expresa también en que el método científico para estudiar los evangelios muestra que es imposible acceder a Jesús sin confiar en la Iglesia, pues la comunidad cristiana redactó, transmitió y otorgó autoridad a los textos del Nuevo Testamento. El espíritu crítico de los últimos siglos ha sobrevalorado «la sospecha» como camino para acceder a un conocimiento seguro; pero, en definitiva, no se puede conocer sin confiar.
Este libro prolonga el primer volumen editado en 2007, y recorre desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección. Período que incluye el episodio del lavado de los pies, la última cena, la oración en el huerto de Getsemaní, el proceso judicial de Jesús ante el Sanedrín y ante Pilato, para concluir con la muerte en la cruz y la resurrección. Estos episodios son abordados desde tres perspectivas complementarias: primero la visión de la historia; luego, la interpretación teológica, y finalmente, las consecuencias para la existencia humana.
El Papa Benedicto XVI aprovecha los datos ofrecidos por la investigación científica de los evangelios, datos que considera indispensables para partir del «Jesús real». De este modo, cada capítulo ofrece una síntesis de los resultados de la investigación histórica, valiéndose de renombrados estudiosos contemporáneos, tanto católicos como evangélicos. Pero la Biblia no es un texto sólo del pasado, y por ello el Papa no se detiene en el dato histórico, sino que, a partir de él, avanza hasta elaborar una interpretación teológica, buscando «leer e interpretar la Escritura con el mismo Espíritu con que fue escrita» ( Dei Verbum 12), partiendo del supuesto de que Dios puede entrar, y que de hecho ha entrado, en nuestra historia humana. Cada detalle histórico, como la disposición de los invitados en una cena o el sentido de una palabra, da pistas para una comprensión teológica más profunda de las palabras y de las acciones de Jesús. Cada gesto y cada palabra son comprendidos en función de nuestra plenitud humana. Por ello, esta profundización teológica conduce a un tercer nivel: el impacto de la teología en la existencia humana. La persona de Jesús implica una novedad en el modo de comprender el mundo, la historia, al hombre y a Dios. Aceptar o rechazar la palabra de Jesús de Nazaret tiene consecuencias decisivas. El sentido que doy a mi vida, a la historia, al amor, al esfuerzo, a la entrega a los demás, a la muerte, etcétera; es decir, la comprensión del misterio de mi propia vida humana depende de mi modo de entender a Jesús, su relación conmigo y su relación con Dios. Por esto, el conocimiento de Jesús no es un conocimiento «neutral», meramente intelectual y externo, sino un conocimiento «comprometedor» que, de algún modo, exige una decisión. Conocer a Jesús implica optar. Por ello, este libro no busca sólo informar, sino más bien transformar la vida.

CULTURA: "No ver televisión", por Rodericus. El Mercurio, 11 de marzo de 2011.

Algunas personas prácticamente no ven televisión, pues prefieren vivir sin ningún televisor en su hogar, o porque si lo poseen, apenas hacen uso de él. Este hábito causa sorpresa y asombro en muchos otros, que no conciben la vida sin una pantalla funcionando en su diario vivir. Sin embargo, varios beneficios nos puede deparar esta sana costumbre de prescindir casi todo el tiempo de la "cajita parlante". Por ejemplo, permite crear un espacio de tiempo y de silencio para ocuparlo en quehaceres diferentes y más fructíferos para la mente y el alma: quizás un retorno a la lectura, dejada tan de lado en esta época; o una vuelta a la conversación reposada, un placer cada día más extinguido en las familias; o, a lo mejor, el simple hecho de poder dormirse más temprano, ejercicio que el cuerpo agradece y que permite que al día siguiente nuestro humor esté menos irritable y actuemos con menos apuro en todo lo que debemos hacer.
No ver televisión, o verla espaciadamente porque al menos se la ha sacado de la propia habitación, es un verdadero reto para el hombre contemporáneo, hoy demasiado dependiente y adicto a los medios audiovisuales, y no siempre con el mayor de los provechos.